Cuento Nadie lo sabe.
La calle estaba sola, las luces de las lámparas se confundían con la sombra de los altos y robustos árboles. Un sonido interrumpió el silencio, una mujer tocaba la puerta de la mansión negra. Llevaba un vestido blanco enlodado y roto que le dejaba un hombro descubierto, su cabello negro estaba alborotado, descalza y sudando interrumpía los fuertes golpes para ver a uno y otro lado de la calle.
La puerta se abrió.
- ¿que pasa? entra, rápido.- le dijo el hombre de la casa.
Mientras ella se tiró en el sofá con un aire de desahogo, comenzó a hablar mirando fijamente hacia el techo y mientras su respiración se calmaba una lágrima se escurría por su mejilla rasguñada.
- ¡Estúpido!, no podemos seguir aquí, me persiguieron, ¿por qué tuviste que aceptarlo? No podemos confiar en nadie, Rulo nos conocía de toda la vida pero el baboso intentó atacarme, todos lo quieren.
- Cálmate amor, todo va a pasar, ya viene el día.-
Se sentó a su lado y le comenzó a acariciar el cabello, ella recostó su cabeza en su regazo y lloró por un tiempo. Después de un rato el hombre interrumpió los sollozos.
- Sabías que esto iba a ser así, ahora tenemos que contactarlos, no podemos rendirnos, amor, cuando todo terminé nos iremos a otro país, nadie nos conocerá y empezaremos de nuevo.
- ¿me vas a llevar a la isla de tu tío?
- Claro. Allá están Juan y Lis, creciendo como nunca, pronto necesitarán de nosotros, olvidaremos todo y ellos podrán hacer su vida.
- ¿Crees en tu tío?
- no puedo dudar de él, no sabe nada, nadie lo sabe, sólo nosotros y esos malditos, y cuando lo tengan se calmarán, nunca sabrán quién lo encontró ni quién lo devolvió. Nunca pensé que Rulo fuera uno de ellos. Tantos años viviendo junto a nosotros y nunca lo vi.
Se quedaron en el sofá alrededor de una hora después se interrumpió el silencio.
- Voy a bañarme- dijo la mujer y se dirigió al piso de arriba.
Él marcó unos números en el teléfono: - Zet…sí….ya llegó…no me importan los niños…encárgate de ellos…no…en verdad será una ayuda…no puede…está desplomándose…todo se vendrá abajo…lo haré y listo…es por su bien…
Después de colgar el teléfono subió al piso de arriba, la recámara estaba abierta, se notaban los muebles de madera oscura y las paredes tapizadas de color tinto, olía a perfume, venía de un frasco de jabón para baño que ella había dejado abierto y estaba sobre la cama junto a un vestido negro, unos tacones y el anillo matrimonial. Tomó el anillo, lo besó, acaricio el vestido y lo abrazó por un momento. Cuando lo soltó encendió el estéreo, puso a sonar un disco de jazz, el sonido del saxofón inundaba el lugar con ritmos calmados, se sentó en la cama y sacó una caja negra, la abrió y se quedó mirándola un momento, después se guardó su contenido en el saco.
Se dirigió hacia el baño lentamente. La puerta estaba entreabierta, la mujer estaba en la bañera, con una sonrisa dibujada en los labios, los ojos cerrados y una pierna sobresalía de la espuma apoyando su pie desnudo sobre la orilla de la tina.
El se acercó y comenzó a acariciarle el rostro, sus dedos subieron desde la mano por todo el brazo, su hombro, la barbilla, a través de la mejilla izquierda hasta enredarse con la cabellera llena de shampoo, ella giró su rostro aunque no abrió sus ojos, el le besó la frente tiernamente, se metió la mano en la bolsa del saco donde estaba el contenido de la caja negra, el metal de la escuadra estaba frío, sacó el arma y la cargó, al hacerlo ella abrió los ojos mientras una bala atravesaba justo donde la había besado, la sangre corrió por todo su rostro y comenzó a mezclarse con el jabón de la bañera.
Limpió la escuadra, se quitó la ropa y la llevo al sótano para quemarla en la caldera de calefacción.
Afuera sonó un claxon, salió de la casa y subió al auto negro que le estaba esperando.
FIN
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