Desde la época del positivismo, se ha derrochado hasta cierto punto toda manera de estar en la realidad, que no sea la experiencia de ajustar la lógica a los experimentos que captamos de la realidad. Así, hemos estado privilegiando la vida científica y teorética como vida suprema y única real. A lo largo del tiempo, desde la edad media hasta nuestros días, debido a los grandes avances de la técnica y de la ciencia, hemos estado depositando nuestra vida y relaciones en estos métodos. Sin embargo la psicología de nuestros tiempo y otras ciencias – ciencias no exactas, y que por lo mismo han sufrido un largo proceso en llamarse ciencias- han descubierto nuevas maneras de acercarse a la realidad, a la realidad última, la del lenguaje, la del símbolo, sin limitar la realidad a digresiones o concreciones lógicas, ni funcionamientos, sino dejando libre la realidad sin comprenderla del todo pero conviviendo con ella en paz y aceptación, en intuición, de estas actitudes nacen siempre noticias generales de amor en el corazón del hombre y le comprometen de una nueva manera, a oscuras para el pensamiento y de luz para el acto, aman, se entregan, y aceptan la realidad como viene y se sorprenden de lo nuevo, lloran el dolor, y se alegran en el placer, todos los amores forman parte de uno único, que los integra y hace madurarse. Esos son los místicos poetas, que simbolizan la realidad para no limitarla, - como los científicos que explican una parte de la realidad- pero la diferencia es que los primeros aceptan no tener toda la verdad, y convivir con esa impotencia ante lo real, ante lo inminente, aceptarlo y saben que hacer con ello, amar…
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