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Dicen por ahì que las cosas más insignificantes son las más importantes. Este blog es un intento insignificante... un poco de todo!

martes, 31 de mayo de 2011

Suasoria, pitagóricos, masones etc.

Este fue un ejercicio de Historia de la Filosofía, espero que lo disfruten.

PRIMERA PARTE: CONTEXTO



Amplio movimiento filosófico de origen presocrático basado en las doctrinas atribuidas a Pitágoras de Samos y sus discípulos más inmediatos. El pitagorismo propiamente dicho es el movimiento de investigación filosófica, matemática y mística desarrollada durante el siglo V a.C. por los discípulos de Pitágoras, aunque como tal movimiento se inició ya a partir de la primitiva secta filosófico-místico-religiosa fundada por Pitágoras en el siglo VI a.C. y, posteriormente, continuó durante varios siglos bajo la forma de neopitagorismo.

El principal problema que se presenta para el estudio del pitagorismo es el carácter secreto y cerrado de la primitiva secta pitagórica, agravado por el hecho de que Pitágoras mismo, o bien no escribió ninguna obra (las que se le atribuyeron, conocidas como Los tres libros, y los Versos áureos, son obras apócrifas del siglo I a.C. o del siglo I d.C.), o bien no se conservan sus escritos (Diógenes Laercio nombra varios escritos de Pitágoras ). Además, el carácter secreto y esotérico de esta secta impedía que sus doctrinas fuesen expuestas y difundidas al público. Al parecer, se debe a Pitágoras mismo las doctrinas religiosas de la inmortalidad y de la transmigración de las almas, el descubrimiento de las relaciones entre la armonía musical, los acordes y las proporciones numéricamente expresables, así como los inicios de la matemática especulativa y la cosmología filosófica.



Los siguientes textos son fragmentos que se ubican en medio de un juicio que se ha prolongado mucho tiempo, en que se acusa a una logia masónica de traición a la nación y utilizar medios estratégicos para dar un golpe de Estado, En las primeras sesiones han demostrado que la logia hunde sus raíces en el pitagorismo.



ATAQUE



Para dar credibilidad a mis palabras sobre la secta que os dije, y que encuentro relación muy estrecha con la masonería actual, me valdré de libros antiguos y testimonios que iré citando, de modo que como ya comprobamos en la sesión pasada,  los masones tomaron su sistema y orden de los pitagóricos. Al develar los misterios de éstos últimos y sus deseos, podremos darnos cuenta ¡de la infamia que se encuentra sentada ante ustedes!... señores del jurado.



A mediados del siglo VI apareció una secta denominada pitagórica, por su fundador Pitágoras de Samos. Ésta secta tenía como principal objetivo el poder político, el deseo de dominar a todos e instaurar una armonía en la realidad social, misma armonía que aseguraban había en el universo.  Estaban unidos por vínculos secretos, por ritos místicos y eran obligados sus integrantes más novatos a vivir una disciplina y ciertas reglas de sobriedad que permitían tener control de los iniciados mientras observaban si eran dignos de participar en las cuestiones políticas, una vez que se hubieran asegurado de su lealtad a la secta.

Con tal de obtener el poder, y no movidos por otra cosa sino por esta, establecieron un sistema de pensamiento y conocimiento que les permitiera tener como objetivos la subordinación de quienes entraban,  e irlos esclavizando a la secta con ideas poco naturales, de manera que no estorbaran en las decisiones que irían tomando en lo referente al gobierno. Además no todos podían entrar a la secta, pues entonces si eso sucediera no tendrían sobre quién gobernar.

Junto con sus saberes exactos y verosímiles mezclaban doctrinas que les permitieran subyugar a los otros. Por ejemplo, además de  las ideas místicas del orfismo,  otras corrientes orientales, donde afirman que el alma obtiene su libertad mediante las purificaciones, cuyo grado más alto es la ciencia, y el filósofo, que se entrega a ella es el que más excelsamente queda liberado, así podían decir que las personas más sabias – aunque el determinar quién era sabio y quién no, dependiera de ellos mismos-  eran las más capaces de gobernar y habían de atenerse a su sabiduría.

Estos intereses políticos trataban de sostener los regímenes aristocráticos y tradicionales de las ciudades griegas de Italia. Este deseo de poder fue la causa de que hubiera movimientos insurreccionales contra Pitágoras que le obligaron a dejar Crotona y a desterrarse a Metaponto. Pitágoras, que en realidad era tirreno, o sea, bárbaro, aunque después se hiciera nombrar hijo de Samos, aprendió y vio lo que un hombre puede ser capaz de realizar con el poder, en la tiranía de Polícrates.

Cuando viajó a Crotona conquistó a sus habitantes con sus modos de hablar y de comportarse al grado de que éstos les dieran a su cargo a algunos jóvenes para que los instruyera. Incluso habló a los niños y a algunas mujeres, con tal de reunir la opinión de todo el tipo de personas que habitaban en ese lugar.  De esta manera se hizo amigo de reyes y señores de la región circunstante, habitada por bárbaros, que no cuestionaban las enseñanzas recibidas por Pitágoras, y las aceptaban porque éste mezclaba verdades verosímiles con fuertes dogmas religiosos, lo hemos sabido a pesar de que nadie puede decir con certeza de que hablaban pues guardaban voto de silencio sobre ellos. Lo pueden encontrar en Porphyrius, vita pytagorae, 18.  A uno de los que pudo avisar de las horribles maquinaciones de ésta secta, un tal Hipaso de Metaponto,  lo mandaron ahogar y erigir un monumento a su muerte.

Sus contenidos serían fuertemente rebatidos y detenidos en cuanto fueran conocidos por personas sabias.  Además como muestra de su despotismo Pitágoras se hacía llamar por los suyos el “divino” o “aquel hombre”, costumbre que se arraigó aún después de su muerte.  Trataba de entablar dicho dominio exagerando su sabiduría, pues según Heráclites Póntico, Pitágoras decía haber renacido varias veces y conservar el recuerdo de los acontecimientos durante el ciclo de los nacimientos y de las muertes. Dicho testimonio se encuentra en Vitae  de Diogenes Llaertius, tomo VIII, 4.   Incluso recordaba haber sido una hermosa mujer, meretriz, de nombre Alco, testimonio recogido de Noctes atticae, IV, 11, 14.



Prueba de su gran crueldad nos la da el mismo Aristóteles, el sabio, cuando escribe entre otras cosas que Pitágoras, devolviéndole a una serpiente mortal la mordedura recibida, la mató.

Era tan grande su fama, y cuidó todo su sistema de engaños tan bien y convencía de tal manera a los ciudadanos que después de su muerte, convirtieron su casa en un templo, dato que pueden encontrar en Cohortationes, 20, 4-14, 13 de Iustinus.  Pero se encargó de tal manera de hacerlo todo en la oscuridad y lleno de secretos que no se sabe si quiera lo que escribió con exactitud, de los famosos tres libri  que se le adjudican o algunos otros que más bien dicen fueron escritos por Filolao. Aprendió matemáticas de los Egipcios, Caldeos, y Fenicios, las cuales mezclaba con sus ideas políticas, pero éstas sólo las compartía con quienes él creía conveniente, a quienes llamaban acusmánticos. Una de las ideas que mezclaba con sus ciencias, era la idea de que el alma era inmortal y debía ser liberada del dolor y del placer, predicando que todos fortalecieran el ánimo mediante los ejercicios de los cuerpos en las fatigas, lo pueden encontrar en Casaubon, de Strabo en el número XV, 716-14,9. Al tenerlos entregados a los trabajos físicos más fáciles serían de gobernar. Otra muestra de contradicción es que tenían una estrella o pentagrama como símbolo de salud, mientras asesinaban a quienes los traicionaban. ¿Creen ustedes que sean dignos de crédito semejante secta, y aún que alguien en la actualidad se atreva a tomarlos como base para un grupo o asociación de movimiento político?



DEFENSA



Para poder hablar de los pitagóricos, es necesario recordar el contexto histórico en el que surgen. En ese tiempo, cundían en los griegos, la búsqueda del conocimiento, los discursos y reflexiones sobre la política, y la religión como reveladora de misterios y destinos. Por lo mismo, me atrevo a afirmar que los pitagóricos no eran una secta que buscara el poder como tal, y como lo han presentado, sino como una agrupación de hombres que participaban de las “modas” culturales de su tiempo, movidos por un fuerte deseo de superar la vida que se llevaba por la mayoría de las personas. Así buscaban de todas maneras y modos un estilo de vida que los pudiera hacer una libertad plena que les ayudara a vivir una vida diferente y más suprema. Lo que quiero decir con esto es que los pitagóricos tenían una concepción peculiar de la realidad que por su misma consistencia se imbuía en dimensiones religiosas-filosóficas-políticas. Desde mi punto de vista no hay parangón con el cual los podamos comparar, aunque guarda cierto parecido con el maoísmo (fundado en China un año más tarde por Mao tse), que fue simultáneamente escuela religiosa, escuela filosófica, partido político y estaban organizados militarmente como un ejército. Por tanto es inverosímil, querer enfocar sólo en un aspecto de los pitagóricos y decir que todas las acciones tenían un único fin tirano. Pues la concpeción totalizante que tenían , indica en sus contenidos y en sus formas todo lo contrario, es decir que buscaban una vida suprema y libre.



Comenzaré diciendo que Pitágoras no  aprendió ni deseó ser Tirano como lo fue Polícrates, pues consta que más bien decía que un hombre libre no puede soportar tal autoridad y señorío, esto lo sé por el testimonio de Clemens Alexandrinus, en la Stromata, VIII, 1. De tal manera pretendía ganar su propia libertad, que no sólo buscaba la libertad que le pudiera ofrecer un político, sino que también buscaba la libertad interior, misma que realizaba y hacía consciente mediante ritos, prácticas religiosas y la contemplación del equilibrio universal.



El motivo de que no se revelaran todos los conocimientos  a las personas sino que fueran elegidos, y fueran entrando por grados, desde los escuchas o matemáticos hasta los avanzados o acusmánticos, es precisamente para que no sucediera lo que pretende mi compañero decir en su ataque. Es el peligro de obtener una serie de verdades que al no comprenderse del todo, pudieran manipularse o aún confundir al mismo pensador. Ya que la verdad ha de darse de manera dosificada, el maestro  quien era el que observaba las maneras y modos de actuar de los aspirantes, podía determinar si tenían la suficiente capacidad para entrar en asuntos políticos, donde las cuestiones son más delicadas, pues tratan del gobierno de las personas, y es donde más daños se pueden cometer. Es por eso que no se sabe mucho de los escritos de Pitágoras, porque si hubiera dejado mucho escrito, entonces no se podría controlar en manos de quién caen ciertos conocimientos y lo que se puede hacer con ellos. 



Una muestra clara de que no buscaban sólo el poder para imponerlo, ni que utilizaran las ciencias para confundir, es el mismo hecho de que éstas, fueran buscadas con gran ahínco, y deseo de saber, y sólo con ese fin. Lo podemos ver porque las doctrinas de Pitágoras, que nos han llegado por Filolao, y las de sus demás discípulos por testimonio de  Aristóxeno, como son; Senófilo  Calcídico de Tracia, Fantón, Diocles, Eurito y Polimnesto de Filunte. Es decir las doctrinas desde el principio de la secta hasta sus seguidores fue evolucionando y derivando en cuestiones diferentes sobre las realidades matemáticas, fonéticas, religiosas, filosóficas, buscando sin dogmatismos el saber,  por lo mismo afirman que el hombre de ciencia es el hombre mas libre, pues no busca nada más allá que la contemplación de la armonía del universo y sus misterios.  Es cierto que muchas teorías serían refutadas, pero no es porque fueran totalmente falsas, sino porque la búsqueda de la verdad es gradual.  Por eso en el siglo XVII, en una comuna árabe, fueron encontrados algunos escritos de antiguos discípulos de los pitagóricos, y dichos escritos hablaban de una serie numérica que revelaba la proporción de las plantas, y de otras cosas de la naturaleza. Dichos número serían bautizados con el nombre de su descubridor, Fibonacci. Todavía ahora, cuando la química explica la composición de la materia en elementos, nos damos cuenta de que la diferencia entre un elemento y otro, radica en un número diferencial entre energías positivas o negativas, cosa ya antes observada por estos grandes sabios, al decir que la naturaleza, al final se diferenciaba y armonizaba a través de números.  Estos saberes anteriores y de su época, revelan un verdadero interés por observar la naturaleza y descubrir los misterios del universo. Es decir que se buscaba en verdad el saber por el saber, por el mismo hecho  de contemplar dicha armonía.

Es cierto que Pitágoras y los demás discípulos propagaban una doctrina que traía consigo muchas practicas ascéticas, como la de entregarse a los trabajos fuertes para liberarlos del dolor, pero no es cierto que lo hicieran para tiranizarlos, sino para que fueran libres de sus emociones esclavizantes, y una prueba de que no es cierto, es que ellos mismo eran los primeros en practicarla, ¿cómo gobernarían entregados a semejantes trabajos? Si lo hacían, era porque precisamente sabían que si eran dueños de su propia libertad, entonces podrían ser capaces de gobernar, así que al decir que imponían disciplinas ascéticas a sus discípulos, no estamos diciendo sino que la libertad que buscaban para ellos, también la buscaban para los otros.  Además ateniéndonos a la época en que vivieron éstos hombres recordemos que como en toda secta, de su tiempo, estaba muy extendida la tendencia a venerar al fundador, e incluso a atribuirle todos los descubrimientos y todas las doctrinas, pero nunca porque el fundador lo hubiera ocasionado con intensiones de poder, sino porque su doctrina y discurso era de tal manera legítima que adquiría innumerables seguidores.  En cuanto al caso de Hipasio de Metaponto, que reveló secretos, no fue asesinado por éstos, sino que en un viaje el barco sucumbió ante las tempestades marinas, aunque es cierto que tiempo atrás los pitagóricos, en cuanto supieron de su violación al voto de silencio, le hicieron una tumba, como símbolo de que para ellos estaba muerto, pues muere quien no es leal a su propia palabra, y más porque propagando verdades a gente no instruida, lo que propagaba es  la muerte, claro ejemplo de lo que pasa con estas personas que poseen verdades a medias lo tenemos en el mentado ataque que se ha hecho. 



CONCLUSIONES



Me doy cuenta, de la gran capacidad de observación que tenían estos hombres, pues adelantaron e mucho, los descubrimientos que después se harían con el avance de la técnica científica.  Además indicaron, no doctrinas cerradas, sino que impulsaron a que otras personas siguieran buscando por esos caminos, a pesar de que eran una secta ocultista, pudieron saberse muchas de sus doctrinas que nos muestran la fuerte capacidad de reflexionar a partir de las observaciones. Me agrada la idea de que fueran un conjunto político-religioso-científico, porque esto denota un fuerte sentido de totalidad en las realidades naturales y humanas, cosa que nos hace mucha falta como sociedad el día de hoy, en donde la ciencia, la religión y la política tiran por distintos caminos cometiendo muchos atropellos. El ejercicio de la suasoria, me sirvió para darme cuenta de mi necesidad de argumentar claramente, cosa que, espero, iré aprendiendo poco a poco en la carrera. Además de que es un recurso que nos ayuda a meternos a los temas vistos en clase que nos interesan más.













BIBLIOGRAFIA



-          Altieri, Angelo. Los presocráticos. Uap: Puebla. 1993

-          Alegre Gorri, Antonio. Estudios sobre los presocráticos.

-          Cappelletti, Angel, J. Mitología y Filosofía: Los presocráticos. Cincel: Madrid, 1987.

-          Reyes, Alfonso. La filosofía helenística. FCE: México. 1978.

lunes, 30 de mayo de 2011

una poesía... linda...es como el libro de las lamentaciones!



Al fin y al cabo
fuiste una especie de devastación.
Un calor infernal
unos años de sequía,
la tierra se fue partiendo sin remedio.
Pero ni la luz de tu calor
perdonó a mis ojos sin pupilas.
Y aquella explosión,
que ingenuamente pensé,
había provocado cadenas de radio y televisión
para ser transmitida,
fue apenas vista
por dos o tres hoteles vacíos
hoteles de invierno
con comedores fantasmales
y desayunos con jugo de naranja.

La explosión se diluyó.
Fui por momentos un payaso que sufría convulsiones
dentro de todas las oficinas de pagos de consumo
y encima de todas las fronteras,
mientras tú saltabas amablemente en los techos
de las casas de los ricos.
Y cuando por fin el ruido pasó
y la oscuridad sucumbió,
me descubrí sentada y temblando
con la cabeza entre las rodillas,
como el único sobreviviente agusanado
en esta especie
de zona de desastre.




Marcela Muñóz Molina (Puerto Natales, Chile, 1966)
del libro El salvavidas lleva mi nombre
Punta Arenas 1994

miércoles, 25 de mayo de 2011

Historia de los origenes del carmelo.

Origen de la Orden y su desarrollo hasta el siglo XVI
Históricamente el origen de nuestra Orden no puede determinarse con certeza absoluta. Dos opiniones hay acerca de este punto: la tradicional, que señala como fundador al profeta Elías; y la moderna, que señala que nuestra Orden tuvo su origen en el siglo XII, durante las primeras cruzadas.

Si bien San Elías no se puede considerar fundador en sentido estricto, se le considera fundador y padre en sentido espiritual, ya que es el inspirador y dechado de la vida de los Carmelitas, al igual que San Benito lo es de las diversas ramas de su Orden, o San Agustín, de los Agustinos.

1. La Regla Primitiva de los Carmelitas
Consta por los testimonios de la Epistola Cyrilli (opúsculo anónimo escrito poco después de 1247), que gobernando la Orden san Brocardo, el Patriarca de Jerusalén, Alberto, dio a los Carmelitas una norma de vida que constituyó su Regla Primitiva. Es san Alberto de Jerusalén quien le dio forma legal y aprobación canónica a la Regla Primitiva de la Orden.

Los años de patriarcado de San Alberto colocan la composición de la Regla entre los años 1206 y 1214. Como fecha más probable proponen los historiadores modernos el año 1209.

La primitiva Regla de los Carmelitas se distingue por su claridad y orden. Se pueden distinguir en ella, además de la dedicatoria, prólogo y epílogo, cuatro partes o capítulos principales. En el primero se habla de la organización jurídica de los ermitaños. El capítulo segunod trata de la organización externa del monasterio. El capítulo tercero regula la vida monástica interna; la última parte de la Regla propone los ejercicios de la vida espiritual personal de cada monje.

Respecto del sentido y espíritu de la Regla hay que hacer notar lo siguiente:
1) La Regla fue dada a Ermitaños que ya vivían de ese modo en el Monte Carmelo.
2) Por consiguiente, la Regla no introduce la vida eremítica; más bien la regula y confirma jurídicamente. Esto se deduce de aquellas palabras: “como me pedís una regla adaptada al fin de vuestra vocación, comprometiéndoos a guardarla en lo sucesivo”. En otras palabras, la Regla no constituye el fundamento de la vida eremítica de la Orden, sino su apoyo.

Cuando los Carmelitas pasaron a Europa y no pudieron observar su “propositum” de vida estrictamente eremítica, pidieron al Papa algunas modificaciones de su Regla, para que fuera adaptada a las nuevas circunstancias y le diera definitiva estabilidad. La ocasión se presentó cuando, a raíz de la prohibición del Concilio Lateranense IV (1215) de fundar nuevas órdenes religiosas, los Carmelitas fueron molestados por algunos obispos. Recurrieron entonces a la Santa Sede. El Papa Honorio III concedió la aprobación de la Regla de san Alberto el 30 de enero de 1226, por medio de la Bula Ut vivendi norman.

3. Traslado y expansión de la Orden en Occidente (s. XIII-XIV)
Lo que principalmente determinó a los Carmelitas a pasar a Occidente fue la persecución continua que los mahometanos promovían en Tierra Santa contra la Orden. Se concede así licencia para que algunos Hermanos abandonaran los Santos Lugares, volvieran a sus países de origen y edificaran allí monasterios de esta Religión.

Los primeros monasterios en Occidente, de los cuales tenemos noticia cierta y que son mencionados por Guillermo de San Vico, son: Frontanis (Chipre), Mesina (Sicilia), Valenciennes y Les Aygalades, cerca de Marsella (Francia).

En el año 1287 se contaban ya 9 provincias: Tierra Santa, Sicilia, Inglaterra, Provence, Tuscia, Francia, Lombardía, Aquitania, Alemania. Y para mediados del siglo XV la Orden constaba de 33 provincias.
4. Mitigación de la Regla Primitiva
Algunas causas que motivaron la petición de modificar la Regla fueron: a) Se les decía que no podían continuar existiendo como Orden religiosa a causa de la prohibición del Concilio Lateranense IV. b) Como eran ermitaños, consideraban que sólo debían vivir en la soledad de los desiertos por lo que no los dejaban tener casas en las ciudades y poblaciones. c) Se les negaba el derecho de celebrar los oficios divinos para no disminuir los ingresos económicos de algunos párrocos.

Finalmente otras dificultades nacían del tenor de algunas prescripciones de la misma Regla de san Alberto que, dadas las circunstancias, no podían observarse como era debido. A este propósito escribe Siberto de Beka:

“Habiendo recibido los religiosos de esta Orden su Regla de manos del Obispo Alberto la experiencia continua y diaria les enseñó que algunos puntos de dicha Regla eran tan dudosos, que era necesario esclarecerlos o corregirlos; otros eran tan dificultosos, que precisaba mitigarlos”.

Todos estos motivos hicieron que san Simón Stock, siguiendo los deseos del Capítulo de Aylesford en el que había sido nombrado General, recurriera a la Santa Sede suplicando protección contra los enemigos de la Orden y la modificación de la Regla primitiva.

El 26 de julio de 1247, el Sumo Pontífice Inocencio IV encomendó el asunto al Cardenal Hugo de san Caro, titular de Santa Sabina y al obispo Guillermo, titular de Tortosa en Siria. Ambos prelados pertenecían a la Orden de Predicadores. Éstos, después de algunos meses presentaron al Papa la regla “declarada, corregida y mitigada”. Inocencio IV confirmó las modificaciones por ellos introducidas el día 1 de octubre de 1247, por medio de la Bula Quae honorem Conditoris omnium.

La Regla de san Alberto quedó sustancialmente íntegra. Con todo se le añadieron algunas cosas, se mitigaron otras o simplemente se modificaron.

Adiciones: Mención explícita de los votos de castidad y pobreza. Permiso de fundar en desiertos. La refección en común. La posesión de algunas cosas en común.

Mitigaciones: Quitando la palabra “siempre” se permitió: comer fuera del convento. Comer alimentos cocidos con carne y en los viajes por mar la misma carne. Se restringió el tiempo de silencio. Se mitiga la pobreza absoluta de la Orden.

Modificaciones. El rezo del Oficio divino. La distribución de las cosas comunes: se da a cada uno lo necesario por mano del prior, o por un hermano encargado por él para este oficio.
Origen de la Orden y su desarrollo hasta el siglo XVI
5. Mendicantes

Si bien las modificaciones que acabamos de indicar dejaron íntegro en cuanto a la sustancia el espíritu de la Orden, legalmente confirmaron una nueva orientación en ella. Esas reformas establecieron un estado jurídico que, al menos implícitamente, la equiparaba a las Órdenes mendicantes. En otras palabras, la Regla no permaneció exclusiva y estrictamente eremítica, aunque conceda la facultad como antes de fundar en lugares apartados.

Que la Orden haya sido puesta en la línea de las órdenes mendicantes se confirma examinando las características esenciales de estas, que son dos: la pobreza y la actividad apostólica. Ahora bien, cuanto a la primera, no obstante la facultad que da de poseer en común, la Regla Inocenciana conserva la obligación de ese voto para los religiosos en particular. Es verdad que en la Regla modificada por Inocencio IV no se obliga a los Carmelitas a ejercitarse en las obras de apostolado, pero las modificaciones introducidas no sólo hacen posible el ministerio (que parecía excluirse en la Regla de san Alberto) sino que lo suponen.

Hay que notar, sin embargo, que el carácter jurídico de “Mendicantes” no fue reconocido a los Carmelitas sino poco a poco gracias a diversos documentos pontificios. Es el Papa Juan XXI quien, el 21 de noviembre de 1326, extendió a la Orden Carmelitana la famosa Bula de Bonifacio VIII “Super Cathedram”, en la que se contienen los privilegios y derechos de los Dominicos y Franciscanos (Bull. 1, p. 66). Desde entonces los Carmelitas fueron considerados total y definitivamente como mendicantes.

6. Mitigación de la Regla Inocenciana y decadencia de la Orden
En los últimos decenios del siglo XIV y durante el siglo XV fue decayendo poco a poco el espíritu de observancia y, con él, el esplendor de la Orden. Causas de tal decadencia por otra parte común a todas las Órdenes religiosas fueron entre otras:

La peste negra que azotó a Europa durante dos años 1348-1350. A causa de ella murieron aproximadamente 40 millones. En París, por ejemplo, morían diariamente 800 personas. En Inglaterra dos terceras partes del clero perecieron. Cosas semejantes sucedieron en otros lugares.

El Cisma de Occidente (1378-1417) que ocasionó divisiones y relajación de la disciplina religiosa.

La Guerra de 100 años (1337-1435) entre Francia e Inglaterra, que trajo consigo muchos trastornos y perturbaciones.

El ruido de las universidades y el continuo trato con los seglares, que favorecían la disipación y pérdida del espíritu religioso.

Los muchos privilegios de los Maestros que existían en gran número. Estos privilegios eran un obstáculo para la vida regular y la observancia del voto de pobreza.

Estas u otras causas trajeron consigo la pérdida del fervor y espíritu religioso. Las transgresiones la Regla se hicieron habituales y con ellas se introdujeron otros abusos de algunos individuos. Prueba de ello son los constantes intentos de reforma y promoción de la observancia regular.

Con el pasar del tiempo la observancia de la Regla Inocenciana, especialmente en algunos puntos, se volvió tan difícil que la Orden juzgó oportuno, para quitar ansiedades de conciencia y ocasiones continuas de faltas, pedir al Papa su mitigación.

En el Capítulo General de Nantes, celebrado en 1430 se determinó pedir la tal mitigación. El Procurador General P. Juan Faci fue el encargado de hacer la petición. El Papa Eugenio IV la concedió por medio de la Bula Romani Pontificis del 15 de febrero de 1432 (Cf. Bullarium O.N., I, p. 182) .

La Bula expone las causas de la mitigación con las siguientes palabras:
“Porque algunos profesores de la misma Orden a causa del rigor y austeridad de esta Regla, tanto por fragilidad humana como por debilidad corporal, no pudiendo guardarla, arruinan su salud; y también muchos otros, temiendo su aspereza, rehúsan entrar a dicha Orden.

La mitigación se refería principalmente a tres puntos:
a) retiro de celdas: “en momentos oportunos puedan libre y lícitamente permanecer en sus iglesias, claustros y alrededores, y pasear por ellos”.
b) abstinencia: “se dispensa de ella tres días a la semana...excepto en Adviento, Cuaresma y otros días comúnmente prohibidos”.
c) ayuno: Se dispensa de ayunar tres días a la semana, “a juicio de la propia conciencia”.

Si por una parte la mitigación de la Regla Inocenciana respecto a algunas cosas trajo consigo el necesario remedio, por otra parte abrió una puerta más ancha a los posibles abusos y dejó intactas las causas de la relajación. De hecho los privilegios de los Maestros y Prelados en cuanto a la celda, vestido y uso del dinero eran muy grandes y el número de los privilegiados aumentaba de día en día. De esto resultaba como natural consecuencia la languidez de la vida regular.

Hay que notar también que no sólo antes de la mitigación, sino después de ella, nunca faltaron tentativas de reforma. Abundan en los Capítulos Generales las disposiciones a este fin y no faltaron Priores Generales de una actividad reformatoria asombrosa ni tampoco Congregaciones reformadas. Estas tentativas de reforma son previas a la reforma que ahora conocemos como Reforma Teresiana, que da origen al Carmelo Descalzo.

sábado, 21 de mayo de 2011

DIOS NO QUIERE EL MAL

Tomado de http://www.periodistadigital.com/religion/espana/2011/04/25/andres-torres-queiruga-teologo-filosofo-hitler-infierno-iglesia-religion-galicia-wojtyla-zapatero.shtml



(José Manuel Vidal).- Andrés Torres Queiruga es el teólogo de la síntesis. Una síntesis difícil de realizar en determinadas circunstancias, y más en nuestro país, en estos momentos. Un pensador enraizado en Galicia pero abierto al mundo: muy gallego y muy universal. Teólogo y filósofo a la vez. Clásico y moderno, con un IPhone en la mano, después de haber utilizado uno de los primeros ordenadores, el que pesaba más de veinte kilos. Un hombre libre y atado a su conciencia y a su libertad. Empeñado desde hace muchos años en "repensar la fe" y en recuperar las claves actuales de la creencia y de la salvación. Por eso, casi todos sus libros giran en torno a esas dos palabras: recuperar y repensar. Una muestra es la obra que nos presenta hoy, Repensar el mal.

-Andrés, bos días. Encantado de tenerte aquí. Es un placer...Y ya iba siendo hora.

-Bos días (risas). Sí, la verdad es que tenía ganas.

-Por distintos motivos se fue retrasando la entrevista, pero hoy por fin la hacemos. Y vamos a empezar con el libro de Repensar el mal. Editado en gallego (en la editorial Galaxia, en Vigo) y en castellano (en Trotta). Más gordo en gallego y más apretado en castellano...

-...pero es el mismo libro (risas), con distinto tipo de letra.

-¿Cuál es la tesis fundamental? Porque es un libro de fondo...

-Sí. Yo llevaba mucho tiempo preocupado por esto. Ya cuando era estudiante, tuve la intuición de base. Pero las dos palabras esenciales, que tú recordabas, lo fueron siendo inconscientemente: repensar y recuperar. Y al escucharte estaba yo pensando que es verdad, que uno de los neologismos que introduzco (porque la acción de repensar exige nuevas palabras, para poder vestir los pensamientos que intentas...) es el de hablar de la "vía corta de la teodicea". Porque el mío va a ser un repensamiento bastante radical del problema, pero al mismo tiempo reconozco que hasta ahora la gente se ha arreglado bastante bien, con la antigua lógica con la que se pensaba el mal.

-¿Cuál era esa lógica?

-Ahora voy a decirlo...Porque, indudablemente, hoy nos damos cuenta de que decir que Dios es omnipotente, bueno, que nos quiere infinitamente y que podría acabar con el mal del mundo, hacerlo perfecto...pero que no quiere, es una contradicción.

-No quiere porque decíamos que así coartaba nuestra libertad...

-O porque era un misterio, o mil cosas. Pero, realmente, eso no vale. Si yo tengo un amigo que está en el hospital y me dice que él podría, con sólo querer y sin trabajo, acabar con todo el sufrimiento del hospital, pero que tiene motivos para no querer...
Si yo pensase que Dios eliminase todo el mal del mundo sin que le costara trabajo ninguno, y no lo hiciera......no podría afirmarlo.

-Es la pregunta que se hace mucha gente ante las grandes catástrofes: Si Dios es tan omnipotente como decimos, ¿por qué no ha parado el tsunami de Japón?

-Y fíjate que el Papa, que es un buen teólogo, cuando llegó a Auschwitz, con buena voluntad, pero se preguntó dónde estaba Dios, por qué consintió eso.







Si eso fuese verdad, el ateísmo tendría razón. Porque, dándole la vuelta a esa frase, si Dios estuviera presente y no lo consintiera, no existiría Auschwitz ni el Holocausto. Luego a Dios habría que llevarle al Tribunal de la Haya.






Naturalmente, ni el Papa ni nadie han pensado así. Pero es cierto que, durante mucho tiempo, en esto no se ha percibido la contradicción. Me preguntabas por qué... Porque había una lógica más honda, la lógica de la confianza: la fe cristiana, la tradición de un Dios bueno, de un Jesús que entrega su vida por todos... Eso de "yo no puedo dar razones contra el mal, pero sé que eso no puede tener nada que ver con Dios". Esa tesis, en el fondo, es la que está dentro del relato del Paraíso.






La confianza tan radical en Dios de la sociedad se admitía porque el ateísmo (que es un fenómeno de los siglos XVIII-XIX) no existía culturalmente. Dios era una evidencia: estaba ahí y se sabía que era bueno; entonces, si existía el mal, alguna razón habría. Si le ponían la objeción, o se la saltaban o la veían muy superficialmente...

-¿Y eso se rompe en algún momento?

-Al llegar la modernidad. Al llegar la "era crítica", que dice Kant, ya no toleramos contradicciones y nos atrevemos a juzgar. De hecho, la cultura llevó la idea de Dios al tribunal de la razón, y a partir de ese momento, sí que fue necesaria una "vía larga".

-Que es lo que tú haces, la vía que tú recorres

-Exactamente: repensar y recuperar... Le dedico un largo capítulo a la confianza de la "vía corta". Hay una frase que dice "yo parto del amor". Porque creo que de lo único que podemos estar seguros respecto a Dios en teología es que nos ama infinitamente, sin condiciones, y que es nuestra salvación.







Si yo aplico esta lógica asumiendo que aun así hay mal, es que el mal no se puede evitar. Si entro en una casa y escucho a un niño rabiando de dolor en su cama, y veo a su madre, sé que la madre no puede evitar el dolor de su hijo; que si pudiera, no lo permitiría. Pero es imposible que lo evite.







Isaías capta esta lógica auténtica, la lógica del amor: "¿Podrá una madre olvidarse del hijo de sus entrañas? Aunque ella se olvide, yo no me olvidaré". Esta es la lógica que durante la tradición hizo posible tragarse la contradicción de la teodicea al uso, de la cual Kant dijo que había fracasado.
Yo siempre digo que la teodicea se hace -en general, así lo hacen todos los autores- con presupuestos antiguos y se critica con razones nuevas. Y lo que quiero es hacer ver que hay que revisar esos presupuestos antiguos para que la cultura actual, la que pone objeciones, pueda responder desde el mismo nivel. Eso es la "vía larga".

-¿Qué tratas de demostrar con la "vía larga"?

-El libro tiene un subtítulo: "de la ponerología a la teodicea". Un palabro griego que significa "malo". Ponerología es un tratado del mal. Ahí parto de una evidencia: el mal es un problema humano, no inmediatamente religioso. Seas creyente o ateo, vas a tener crisis y enfermedades, y vas a morirte. Los niños de los creyentes y los de los ateos nacen de la misma forma...Porque el mal es un problema humano, que nos afecta a todos, y hay que tratarlo como tal.
Hay que hacer un tratado del mal a nivel filosófico, humano, previo a la respuesta o no-respuesta religiosa. Por eso es ponerología, un tratado que prescinde de si eres creyente o ateo.

-Antes decíamos que el mundo era finito.

-Y finito es (risas). Esa es la clave en que yo me apoyo. Si yo pregunto por qué hay mal en el mundo, por qué existe, la respuesta es que el mundo produce mal. Si yo tengo un dolor de estómago, enseguida pienso que tengo una úlcera. Hay dolor en el mundo. Hay mal.

-¿Porque el mundo está mal hecho?

-Vamos por pasos, que con los problemas hay que ir poco a poco. Lo primero es que el mundo produce mal. Lo segundo, que todo mal parece tener una causa en el propio mundo... Hoy, que acabamos de padecer el tsunami en Japón, es algo evidente: hemos ido a la tele y nos hemos preguntado por qué se produce el tsunami. Porque hay un terremoto, porque hay fallas tectónicas...Es decir, que automáticamente nosotros, ante un mal tremendo, pensamos que el mundo lo ha producido.
Y esto es algo que ha cambiado. Porque, con el terremoto de Lisboa, lo que se pensó fue por qué Dios lo permitió. Es un cambio radical de cultura: todo lo que a nivel empírico se produce en el mundo, tiene una causa dentro de él. Por eso el S.XIV, con la peste negra, se llenó de procesiones; el XX y el XXI, con el SIDA, se llenó de laboratorios, porque sabemos que el virus no viene de Dios ni del demonio, sino que tiene una causa dentro del mundo.
Y esto a la ciencia le basta. Para un médico, como médico, el problema del mal se queda ahí: Hay enfermedades, descubro su causa, encuentro el remedio si puedo, y se acabó, como médico, mi problema del mal. Pero el mismo médico, en cuanto persona -como filósofo- se pregunta si no podría existir un mundo sin mal.
Que el mundo produce mal es evidente. Pero si fuera posible uno en el que no se conociese mal alguno, todos estaríamos libres de padecerlo.

-Y al mundo que produce mal, la ciencia lo está acotando poco a poco...

-Sí, pero no del todo. Mal habrá siempre. A veces la gente joven se me enfada cuando lo digo, pero ha sido así siempre: lo hay y lo habrá.

-¿Y por qué? ¿Por qué no puede haber un mundo sin mal? ¿Por qué es imposible pensar un mundo así?

-A todos, desde pequeñitos, nos han metido mitos en la cabeza. Nos han hablado del Paraíso, y entonces el mundo parecía poder ser perfecto. Pero eso es una contradicción: si fue tan perfecto, ¿por qué cayeron tan pronto?
Si buscamos la raíz última del mal, yo creo que la encontramos en la finitud: lo finito, como tal, no puede ser omnicomprensivo, ni tener todas las perfecciones, sino que tiene carencias y va a tener choques con otras realidades finitas. Cuando nosotros examinamos la realidad, cualquier mal que vemos ha sido un choque de realidades finitas, o simplemente una carencia: si tengo hambre, es que me falta algo que, si yo fuera infinito, tendría. Esto, llevado al sentido común, es lo que dice la gente, cuando asegura que no se puede hacer una tortilla sin romper los huevos.

-Nunca llueve a gusto de todos.

-Pero la vida es buena.

-¿Incluso el mal inocente?

-Incluso ese mal inocente. El niño que cae enfermo, cae enfermo, porque se ha contagiado de un virus, o lo que sea. También la causa del mal del inocente está producida por el mundo. Los animales también sufren...

-Luego el mundo es finito y producirá siempre mal.

-Claro. Y esto lo hemos intuido siempre: no se puede estar en la procesión y repicar las campanas. O, como dice un profesor mío, no se puede sorber y soplar al mismo tiempo. A nivel filosófico, lo dijo muy bien Spinoza: toda determinación es una negación. Si tú eres un hombre, lo cual es estupendo, no puedes ser mujer, que es también estupendo. No puedes ser las dos cosas al tiempo, por eso un círculo no puede ser un cuadrado. Es una imposibilidad metafísica: el hecho mismo de ser circular impide la posibilidad de ser cuadrado. Es incompatible.

-¿Y el salto a la teología?

-Un momento (risas), que voy por pasos. Y a donde quiero llegar es a poder pensar, no a imaginar. La imaginación produce infinitos: el niño cree que todo es posible pero, cuando lo piensas y, de hecho, miras la evolución del mundo...o el crecimiento de una persona. ¿Hay algo más maravilloso que unas manos? Peléate con el león. Y dile al león que coja un bolígrafo y escriba...
Al determinar, niegas otras posibilidades. Y por eso los grandes dueños de las utopías, o acaban en catástrofe, como las modernas, o reconocen que son imaginaciones. El mismo Marx, en su entusiasmo humanista de buscar la sociedad perfecta, donde por la mañana irías a cazar y por la tarde a descansar, comprendió que no, que el mundo jamás va a ser así de perfecto.

-Pero se puede intentar mejorar.

-Claro, lo que podemos hacer es mejorarlo. Y aquí es donde entra la religión, el salto a la teología que decías. Como a otros muchos, toda persona va a enfrentarse en su vida al problema del mal. Y toda persona tiene una respuesta a este problema. Incluso hay inventado otro palabro: pisteodicea ("písteos" es "fe", exposición de la fe). En el sentido filosófico y relacionado con el mal, la tiene Sartre, que dice que hay mal en el mundo, luego el mundo produce náuseas, es un asco. Camus piensa que el mundo es absurdo y Sísifo va a estar siempre subiendo la piedra que luego va a volver a caerse... Tenemos que imaginarnos que su respuesta es que, en un mundo contradictorio, él salva su dignidad afrontándolo, aunque sepa que su lucha es absurda. O Schopenhauer: si el mundo es absurdo, lo mejor sería parar.
Y el mal también tiene respuesta religiosa. Hay distintas pisteodiceas. Como creyente, ya como teólogo cristiano, yo tengo una respuesta apoyada en Dios, por lo que hablamos de teodicea: justificación de Dios. Pero él no necesita justificaciones: lo que justificamos es nuestra idea de Dios.
Yo tengo que responder al que me pregunta cómo puedo creer en ese famoso Dios bueno y omnipotente...El dilema de Epicuro en el S.IV a. C.: O Dios quiere y no puede eliminar el mal del mundo, y entonces no es omnipotente, o puede y no quiere, y entonces no es bueno. ¿O ni puede ni quiere?
Este dilema, a nivel lógico, es tremendo. En la "vía corta" lo rompe la confianza: uno sabe que no sabe contestar, pero que alguna razón tendrá Dios que tener, porque él es bueno, porque es Dios.
Es curioso que Lactancio, que reproduce el dilema de Epicuro, lo toma tan a la ligera que acaba diciendo que, si no hubiera mal, no distinguiríamos el bien del mal, y por eso vale la pena que haya mal en el mundo...Una respuesta que hoy no satisface ni a un niño. Pero ellos vivían en la "vía corta", vivían esa fe. Nosotros, ahora, desde la crítica, tenemos que responder. Por mi parte, de lo único que estoy seguro es que Dios es amor, es infinitamente bueno.

-¿Y cuál es tu respuesta?

-Aquí entra la consecuencia de la ponerología. Hemos dicho que no existe la posibilidad de un mundo sin mal, que sea perfecto. Entonces, no tiene sentido preguntarnos por qué Dios no ha hecho un mundo perfecto. Sería como preguntarnos por qué no hace un círculo cuadrado. El dilema de Epicuro tiene trampa, aunque él no cayó en la cuenta: es una pregunta sin sentido porque está dando por supuesto, como lo hace todavía mucha gente, que es posible un mundo perfecto.
En las clases y en mi libro pongo este ejemplo: como el problema es muy difícil, vamos a dividir la clase en tres mitades, para discutirlo. Entonces siempre se produce cierto movimiento, la gente empieza a levantarse...Y uno dice que un poco de cuidado: cae en la cuenta de que he dicho una tontería, porque dividir una clase en tres mitades es imposible. Estoy hablando sin decir nada. Y si a mí me dicen "Ya, pero Dios podría", digo que no se trata de si puede o no, cuando lo que estás diciendo ya carece, de por sí, de sentido.
Por lo tanto, no estoy diciendo que existe algo que Dios no puede hacer: simplemente niego una contradicción. Si el mundo no es perfecto, no puedo esperar que Dios lo haga, no puedo pretender que divida la clase en tres mitades.

-De acuerdo.

-Pero con esto no eliminamos totalmente el problema, porque queda una pregunta. Dios sabía que al crear el mundo no creaba un Dios, porque el mundo era finito. Y si era finito, en el mundo iba a haber mal...Y a medida que vamos avanzando en la vida, nos damos cuenta de que ésta tiene muchas alegrías -yo no soy pesimista-, pero también muchas durezas y tragedias. Queda una pregunta: ¿Por qué Dios, sabiendo esto, creó el mundo?
Yo me apoyo en ejemplos. Vamos a preguntárselo a unos padres... Hoy es un problema real para muchos padres la certeza de que traer hijos al mundo supone hacerles pasar enfermedades, crisis, muerte... Les traes a este mundo. ¿Por qué les traes? Si el padre y la madre son auténticos, están seguros de que merecerá la pena, si se vuelcan sobre ellos con todo su amor.

-Aunque haya gente que esté diciendo lo contrario: no tenemos hijos porque no vale la pena. Es más el sufrimiento y el mal que van a padecer que las bondades...

-Por eso digo que no puedo responder al ateo que dice que el mundo es absurdo, que no vale la pena. Yo no soy pesimista: yo creo que la vale y que hay un referéndum en la Humanidad. Que todos, en el fondo, sabemos que vale la pena. Por eso seguimos trayendo hijos al mundo.

-¿No influye también el instinto?

-También. Pero el instinto ya no está solo: ahora tenemos cultura, y estas cosas se piensan y se hablan.
Si Dios te dice que vale la pena, que él va a estar volcado sobre tu vida para apoyarte en la lucha contra el mal, tienes que fiarte de él. Esto permite una lectura de la Biblia que va al núcleo mismo de la Biblia: ¿Cuál es el hilo conductor de la Biblia? Yo diría que la preocupación de Dios por el mal. Fíjate: ¿qué es conocer a Yahvé? Hacer justicia al huérfano y a la viuda, preocuparse del extranjero y del esclavo... ¿Qué encargo deja Jesús de Nazaret? Que nos amemos. Su amar no era una cosa romántica: era dar de comer al hambriento, luchar contra el mal. Creo que Dios no habría creado el mundo si él no viviera volcado en el mundo, si de algún modo no fuese posible librarnos del mal. Un padre y una madre no pueden asegurarle a su hijo que va a ser feliz, que su vida va a ser una vida lograda, pero van a volcarse en intentarlo.

-Luego no le podemos pedir cuentas a Dios del mal. Y, como dices en tu libro, Dios es "anti-mal".

-Claro, es la definición final: Porque Dios nos ha creado por amor -todas las religiones ven a Dios como el que nos acerca a la perfección-, puede librarnos del mal, puede salvarnos. Es el último paso de la teodicea cristiana, el más difícil.
Y puede haber objeción a esta teoría, porque si yo digo que la finitud hace el mal, o hace imposible un mundo sin mal, nosotros que esperamos la salvación, al salvarnos seguiremos siendo nosotros. Por lo tanto, ¿seguiremos siendo finitos? Entonces sería imposible la salvación escatológica.

-Pero salvados ya no seremos finitos. O eso decíamos...

-Un momento (risas). Un autor del que yo he aprendido mucho, hace un planteamiento parecido al mío, que es por donde estás apuntando. No usa mis palabras porque no lo detalló tanto, pero cuando llega a esta objeción, da marcha atrás. No sabe contestarla. No sabe que puede buscar en la finitud.
Tenemos que darnos cuenta de que, buscando, hemos entrado en una lógica muy peculiar, en la que nos fiamos de Dios y hablamos de la salvación de las personas. Aquí no hay claridad: tú acabas de aludir a que la misma escolástica, cuando hablaba de la salvación, se encontraba con un problema y decía que no podemos mostrar la coherencia interna de manera positiva; que sólo podemos mostrar que no es contradictoria. Podemos mostrar racionalmente que no es imposible que Dios nos salve plenamente...
¿Cómo podemos responder, entonces, a esto, a la mayor objeción? Con experiencias que nos ayuden. Y la primera es que no siempre lo que no es posible en un momento dado deja de serlo más tarde. San Ireneo, que es un teólogo al que yo admiro y quiero mucho, cuando le preguntaban por qué había aparecido tan tarde Jesucristo si Dios nos quería tanto, decía que eso era una insensatez: que una madre no puede darle carne al niñito de dos meses, pero después sí puede dársela.

-Es una buena salida.

-No soluciona totalmente, pero abre la posibilidad de un futuro. Porque también es verdad que el mal lo experimentamos como inevitable en el mundo, pero al mismo tiempo podemos luchar contra él y disminuirlo. El mal es un desafío que podemos vencer.

-Lo experimentamos incluso como inevitable en nosotros mismos...

-En cuanto tienes una enfermedad, te quieres curar. Percibes que el mal es lo que no debiera ser. La cuestión es si algún día podrá llegar a no ser.
La persona es un ser finito, pero con una apertura infinita. Es el misterio de lo humano. Nunca estamos acabados... Aquello de Pascal, de que no hay nada finito que pueda llenar nuestra capacidad de conocer o superar nuestra capacidad de amar. No hay nada.
Nuestra segunda experiencia controlable, por lo tanto, es que tenemos una apertura infinita. La tercera es la experiencia del amor, lo que fascinó al joven Hegel. Él empezó haciendo su filosofía sobre el amor, y luego -una pena-, entró en el espíritu, la razón...y prácticamente lo abandonó. Pero cuando él habla del amor, y lo hace con pasión, dice que es una relación muy curiosa, porque nosotros recibimos la esencia de la persona amada, quien a su vez la recibe de nosotros... Y cuanto más se da, más se tiene. El mismo sentido común lo comprende: todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío. Tú puedes estar a veces más feliz con la alegría de tus hijos que con tus propias alegrías.

-Eso los padres lo vivimos a diario.

-Yo siempre cito algo que me gusta mucho de Tristán e Isolda: llega el momento de la experiencia amorosa y dice Tristán: "tú eres Tristán y yo soy Isolda". E Isolda le contesta: "tú eres Isolda y yo soy Tristán". Esta reciprocidad en el amor, que no anula a la persona, porque cuanto más amas, más eres (cuanto más amas a tus hijos, más José Manuel eres, más padre), nunca disminuye y crea una relación muy especial.

-Además, no lo vives como disminución, sino como crecimiento.

-Claro, al revés. Cuanto más das, más tienes. Esta es la posibilidad que se nos abre desde la fe, que está apoyada en razones. Dios es capaz de entregársenos en esta apertura infinita, de tal manera que nosotros podemos decir, como Tristán e Isolda, que somos Dios, que está en nosotros. Podemos negar la distinción.
En el libro cito un párrafo de San Juan de la Cruz, donde dice que ya en esta vida, en la experiencia de Dios, en la comunión, Dios se entrega de tal manera al alma que el alma es tan dueña de Dios como Dios es dueño del alma. El alma puede darle a Dios a quien quiera, lo mismo que Dios puede darle el alma a quien quiera...
En esta reciprocidad no desaparece nuestra finitud. Pero la comunión con Dios es una infinitud, algo plenificado, libre de mal. Entonces ya todo tiene coherencia: Dios crea el mundo sabiendo que va a existir el mal, nos apoya con todo su amor y nos demuestra que es su gran preocupación a lo largo de toda la revelación, y al final nos asegura que ya ahora podemos vivir esta alegría en la esperanza de que estamos habitados por Dios, por una Vida Eterna, que es la categoría teológica que a mí me encanta, que salta y nunca se apaga. Una vida que aunque puede ser herida, tiene a Dios tan enraizado en ella que queda liberada del mal, como decía San Pablo, que es la muerte, y nos plenifica en la eternidad.

-¿Y qué te pregunto yo ahora, después de esta clase magistral...? (Risas).

-Pregúntame por el último capítulo, que es donde yo trato de repensar ciertas verdades de nuestra fe tomando en serio que Dios es de verdad el "anti-mal".

-Por ejemplo, una de las cosas que me llamó mucho la atención, y eso que ya hay pocas cosas que me sorprenden teológicamente hablando, es tu descripción y tus afirmaciones sobre el infierno.

-Claro...Y sobre el diablo. Es que es una consecuencia inmediata.
Indudablemente, en cuanto al infierno se nos dice algo que creo que hay que recuperar. Porque nuestra vida es una vida humana y libre que tenemos que construir. Y tú, como padre, sabes que una vida que empieza puede hacerlo entrando por el camino del bien o el camino del mal; puede realizarse o desgraciarse... En el Deuteronomio está puesto preciosamente: Delante de ti están el agua y el fuego, la vida y la muerte...tienes que escoger. Por lo tanto, el infierno, el trasfondo del infierno, nos habla de que la vida humana puede arruinarse. No porque Dios la castigue, sino porque nosotros, usando mal nuestra libertad, no acogiendo el amor salvador de Dios, podemos estropear nuestra vida.

-¿Dios no condena a nadie?

-¡A nadie!

-¿Ni a Hitler? Se decía antes que a Hitler por lo menos...

-No. Hay una frase que digo que tiene copyright: Dios, como consiste en amor, consiste en estar amando. Luego Dios no sabe, ni puede, ni quiere hacer otra cosa que no sea amar. En él no hay más que amor y salvación. Por eso, el libro en el que empecé a desarrollar este pensamiento, lo titulé Recuperar la salvación.
De Dios sólo nos llega salvación: Dios no castiga. Nosotros podemos negarnos a acoger su amor, pero pensar que Dios nos castiga, a pesar de las frases de la Biblia, que hay que entenderlas como formas de expresarse, es un error.

-¿Por qué eclesialmente se nos amenazó durante tantísimos años con la teología del miedo?

-Porque la cultura es así: hasta que repensamos las cosas, no nos damos cuenta del fondo, de lo auténtico.
Vamos a seguir pensando: ¿Hasta qué punto nosotros podemos arruinar nuestra vida, si morimos entregados al mal, como sería el caso de tu alusión a Hitler? A mí ya me preocupaba el infierno en Recuperar la salvación. Y me hice este razonamiento: si nosotros somos mortales -como filósofo no puedo decir más que nacemos y somos mortales-, Dios podrá hacernos inmortales; igual que nos ha sacado de la nada, puede regalarnos la Vida Eterna. Es el pensamiento de la Biblia: la inmortalidad como un don de Dios.
Y si la inmortalidad es un don que Dios nos regala, si la acogemos, entramos en ella; si no, acabamos al morirnos. Esta fue la primera solución, mi hipótesis teológica, la cual nunca he obligado a compartir.
¿El infierno es un castigo de Dios? Mi manera teológica de interpretar esto es una teoría que, me di cuenta, tiene mucha presencia en la tradición. Todavía hoy muchos teólogos sostienen que el infierno sería la Muerte Eterna...Yo ya no pienso así. Tengo otra hipótesis que me parece más coherente.

-¿La de las dos partes de la misma persona de Anthony de Mello...?

-Eso es. Él no tenía esta teoría, pero me hizo ver que, en la parábola del Juicio Final, que hay que decir que es una parábola que habla del amor, las ovejas y los cabritos no son dos clases de personas: son dos aspectos de una misma persona. Todos somos un poco oveja y un poco cabrito.

-Algunos más que otros... (risas).

-Bueno, pero creo que no hace falta explicarlo: ciertamente, no hay nadie absolutamente bueno ni nadie absolutamente malo. Entonces, si tomamos esto en serio, dado que Dios sólo sabe amar y no tiene otro interés que salvarnos, estoy convencido de que no hay nadie absolutamente malo. Ni siquiera Hitler. Si pudiéramos ir al fondo de su corazón, pese a todo el mal que hizo -mucho más que bien-, encontraríamos más bondad que maldad. Porque toda persona, en el fondo, busca el bien.

-Ni existe el infierno ni hay nadie condenado...

-Un momento (risas). Pensemos en una persona que muere. En un Hitler, aunque no me gusta hablar de nombres propios porque no tenemos derecho a juzgar... Si no es totalmente malo, está claro que tiene toda una parte, unos aspectos, unas capacidades en su ser que le ha cerrado a Dios, por egoísmo, por agarrarse al mal. En esa medida, Dios no puede salvarle. Pero en la medida en que esta persona mantiene bondad, deseo de felicidad, luz...en esa medida, como Dios no quiere otra cosa, le salvará.
Entonces, para mí el infierno es la pérdida eterna de posibilidades, plenitud y felicidad. Esto es muy serio... Recuerdo que la primera vez que lo expuse en un grupo de teología que tenemos desde el año 70, una persona a la que yo quiero mucho, que es profundamente mística, se horrorizó: "¡podemos perder eternamente!". Empequeñecer unas posibilidades...

-...Claro, porque luego hay una parte que siempre es buena, para entendernos...

-Sí. Estaremos hablando de una persona que eternamente esté menos realizada de lo que podría, porque se ha castigado a sí misma, impidiendo parte del bien de Dios.

-¿La persona opta abiertamente?

-Claro: la persona ha empequeñecido su ser, y no le ha permitido a Dios más que unas capacidades, en lugar de todas sus potencialidades.
Recupero, como ves, el horror del infierno, pero evito lo que a mí me parece una barbaridad, que es pensar que Dios mantenga a gente sufriendo eternamente.
Orígenes y San Agustín, o uno de los dos, ya no recuerdo, se lo preguntaron: ¿puede una madre ser feliz si sabe que su hijo está condenado eternamente?

-¿El infierno es un dogma?

-El dogma es la posibilidad de condenación. Lo que tenemos que repensar es qué significa eso. Hablo de eso en un librito que título Qué queremos decir cuando decimos infierno. Yo creo que es una llamada preocupadísima de Dios para que no entremos por el camino de nuestra destrucción.
Hay una frase que a mí me gusta mucho citar: "Cuánto tiempo necesitará la Teología para comprender que las amenazas divinas que aparecen en la Biblia no son más que la preocupación del amor de Dios". Se está preocupando porque no estropeemos nuestra vida...
Un ejemplo que me gusta poner es la situación de ir por la calle y ver a una madre que le dice a su niñito: "¡¡Si haces eso te mato!!". No nos lo tomamos al pie de la letra, porque la preocupación de la madre no es matar al niñito, sino evitarle un daño.
De aquí se deducen otras cosas: el tema del milagro, la oración de petición...que a mí me preocupan mucho, aunque para ello necesitaría que el tiempo fuera más despacio.

-Claro. Además, el que se haya quedado con la inquietud y quiera saber más, que se compre el libro.

-Eso (risas).

-Llevamos más de cuarenta minutos y ya no pienso hacerte ninguna otra pregunta teológica, porque me das otra clase...

-A mí me gusta hablar de teología.

-Y a mí me encanta escucharte, porque lo haces con pasión. Pero ahora vamos a hacer preguntas periodísticas... (risas). Por terminar la entrevista no quedándonos sólo en el ámbito teológico puro y duro, sino atrayéndonos un poco a la actualidad...¿Con Rajoy la Iglesia estará mejor que con Zapatero?

-No soy profeta ni hijo de profeta. No lo sé, pero creo que la Iglesia nunca debería estar cómoda con nadie. Tiene que coger esa línea roja de la Biblia de la que hablaba, y preocuparse sobre todo de los que sufren, de los que están padeciendo la crisis económica; preocuparse por la justicia, la libertad y la igualdad.
Como no tenemos una política perfecta, la Iglesia tiene que mantener su independencia y estar muy atenta sobre todo a quién sufre en la Humanidad, y en qué medida ella puede ayudar a la política, o criticarla, si fuera necesario, para que haya menos sufrimiento humano.

-¿Desde arriba, como autoridad moral?

-No: desde dentro. Al participar en la sociedad sólo hay que responder con el encargo último y definitivo de Jesús de Nazaret: amar, es decir, preocuparse del que tiene hambre, del que está en la cárcel... Sin alinearnos con nadie, ni Rajoy ni Zapatero. La Iglesia tiene que aliarse con la fraternidad. Esto, si se tomara en serio, es muy exigente. Incluso cambiaría prioridades en la predicación de la Iglesia...
Enlazo otra vez con lo anterior: el pecado no es malo porque le haga daño a Dios, sino porque nos hace daño a nosotros. Lo dice Santo Tomás. Todo lo que la Iglesia diga a la sociedad tiene que ser con el fin de que alguien lo pase menos mal, con el objetivo de ayudar a que tenga una vida menos inhumana.

-¿La beatificación de Juan Pablo II apunta a eso o a otra cosa?

-Yo creo que apunta a otra cosa. No quiero ahora entrar a juzgar a Juan Pablo II, pero creo que es un procedimiento que puede calificarse de arbitrario. Se va a hacer sin consenso de toda la Iglesia y quemando etapas. Creo que lo de santo súbito no es correcto, no se debió hacer así, y que lo que apunta es que hay poca participación en la Iglesia. Y me atrevo a decirlo: la Iglesia necesita democratizarse.
Yo no tengo miedo en utilizar la palabra democracia, porque la Iglesia tiene que ser mucho más que eso. La base tiene que estar más presente, no puede haber un culto al líder, a los que gobiernan...

-Pero Andrés, ¿por qué esas cosas que decimos desde hace muchísimo tiempo (la corresponsabilidad, la iglesia Pueblo de Dios...) tenemos que repetirlas, seguir pidiéndolas después de cuarenta años?

-Después de dos mil años, y si la Humanidad dura otros dos mil, tendremos que volverlas a pedir. Porque la Iglesia está hecha de personas y continuamente estamos recayendo en lógicas demasiado humanas.

-¿Lógica de poder?

-Caemos continuamente en ella. Es la tentación.

-¿El péndulo se ha ido demasiado a la derecha?

-Sí. En este momento, mucho.

-¿Y cómo se recentra?

-Yo creo que con la participación de todos. Con la fidelidad. Porque es muy cómodo salirse de la comunidad...Yo no soy santo y tampoco tú eres santo, José Manuel, aunque eres muy bueno. Y cuando criticamos, tenemos que sentirnos implicados en la crítica. Y que lo que esté mal esté mal, lo haga yo o lo haga el otro; si el papa o si el monaguillo... Una crítica constructiva es la que piensa en el bien de la Iglesia, la que parte del Evangelio.

-¿La crítica y el recentramiento eclesiástico se exige? ¿Cómo se pide desde abajo?

-Yo creo que movilizándonos todos. Yo, por ejemplo, sé que hay mucha gente que, con todo el derecho, no está muy de acuerdo con mi teología. Pero a mí, en la medida en que me parece que defiendo la idea de un Dios puro amor y puro perdón que nos hace más humanos, me hace bien. Estaré siempre dispuesto al diálogo y la crítica, hasta a cambiar alguna teoría si se me demuestra que es incorrecta, pero creo que esto -que me produce tantas incomodidades- es mi manera de contribuir a que nuestra comunidad esté más viva, en defensa de mi participación democrática en la Iglesia. Yo nunca he sido un gran eclesiólogo, pero veo que en la Iglesia hay un problema práctico, el más serio, que es que no está democratizada a fondo.
El Concilio habla de la Iglesia como Pueblo de Dios, y dentro del pueblo hay servicios. Esto es lo que dijo Jesús de Nazaret: que en la Iglesia, el que manda tiene que estar abajo. Hoy es más democrática una sociedad política que la eclesiástica, cuando Jesús nos dijo que teníamos que ser inmensamente democráticos.

-Y eso nos está pasando factura a nivel de credibilidad, de confianza social y autenticidad...

-Y a nivel de un cierto resentimiento social. Por ejemplo, con el tema de los abusos a menores en la Iglesia: es el 1% de todos los abusos de la sociedad, y muchos se creen que es el único colectivo abusador. Me da mucha pena que se esté utilizando eso como escudo que tapa el 99% de los abusos que quedan. Nosotros tenemos que criticar muchísimo todo este escándalo en la Iglesia, que contradice directamente al Evangelio, pero también tenemos que pedir que la sociedad reconozca que el problema también tiene que afrontarse fuera de la Iglesia. Y no utilizar las acusaciones a la Iglesia como tapadera de un problema que es, ante todo, social.

-Pero tampoco le podemos pedir a la sociedad lo que nosotros no hacemos. La Iglesia lo ha tapado tanto tiempo...

-Pero hoy lo está confesando y afrontando. Pero yo no quería defenderla, sino decir que, si hay este resentimiento con la Iglesia, es porque nos hemos pasado la vida criticando y acusando a los demás, en lugar de a nosotros mismos. Y la Iglesia ha recibido el pago de estar siempre acusando.

-¿En eso Benedicto XVI está siendo valiente?

-Claro. Se está reconociendo, se están dando pasos. Hay diócesis, en Estados Unidos, que incluso se han quedado en bancarrota, y quienes lo pagan son los pobres: hay muchísima asistencia que ha quedado desmantelada. Es un pecado de la Iglesia acusar siempre en vez de autocriticarse. Nuestra predicación sólo tiene sentido si demostramos que todo aquello que decimos es sólo porque nos preocupa la felicidad de las personas, el bien de la humanidad, la justicia, la libertad y la fraternidad en la sociedad...

-¿Vas a venir a la Jornada Mundial de la Juventud?

-Pues no.

-¿Cómo está a nosa terra?

-Pois a nosa terra está un pouco como está toda a Igrexa en general: La Iglesia en Galicia, supongo que reflejo de la Iglesia universal, está un poco paralizada.

-¿Hay desilusión y desencanto?

-Yo creo que sí. Y me preocupa mucho. Posiblemente esto nos lleve a tropezar con el muro de la frustración, y nos haga revivir más certeramente.

-¿Pero hay posibilidad de que resurja una primavera, como la del Concilio?

-Peor que estábamos antes de él, no estamos ahora, es lo que yo digo. Y creo que en la cultura, en la sociedad en general, hay ansia de trascendencia. Es decir, una sociedad puramente pragmática, frívola y televisiva, no satisface las hambres profundas que están en toda persona, ya sea religiosa o atea. Hay hambre de algo más profundo.
Yo soy admirador de un gran teólogo protestante que, unos años antes de los 60 en Nueva York, decía que la juventud estaba muerta, que no había nada que hacer. Un gran diagnosticador de la cultura como era él, no se dio cuenta de lo que empezaba, de que amanecía la revolución del 68.

-¿O sea que hay esperanza?

-Sin duda.

-Muchísimas gracias, Andrés. Tenemos que terminar. Como ven, es un placer. ¡Y algunos te acusan de hereje...! ¡Es una herejía acusar a un pensador de hereje!

-Yo lo que quiero es ser un buen teólogo.

-Gracias, Andrés.

TITULARES

Decir que Dios, aunque es omnipotente y bueno y nos quiere infinitamente, no quiere acabar con el mal, es una contradicción.
Hasta el papa, al llegar a Auschwitz, se preguntó dónde estaba Dios, por qué había consentido eso.

Si de veras Dios hubiera consentido el Holocausto, habría que llevarle al Tribunal de la Haya.

Para llegar a Dios, la "vía corta" es la confianza radical; en la "vía larga" somos más críticos, nos atrevemos a juzgar.

En lugar de hacer una teodicea con presupuestos antiguos y criticarla con razones nuevas, repensemos los presupuestos, para igualarlos a las objeciones actuales.

Seas creyente o ateo, vas a tener crisis y enfermedades, vas a morirte... Y tus hijos nacerán de la misma manera que los de los demás.

El mal del mundo parece proceder del mundo mismo.

El siglo XIV, con la Peste Negra, se llenó de procesiones, mientras que el XX, con el SIDA, se llenó de laboratorios: ahora sabemos que un virus no viene de Dios ni del demonio, sino que lo causa nuestro mundo. Y a la ciencia le basta.

A todos, desde pequeñitos, nos han llenado la cabeza de mitos.
Lo finito no puede ser omnicomprensivo, tener todas las perfecciones: tiene carencias y va a tener choques con las otras realidades finitas.

A donde quiero llegar es a poder pensar, no imaginar.
Los grandes dueños de las utopías, o acaban en catástrofe (como las utopías modernas), o reconocen que son imaginaciones.

El filósofo salva su dignidad afrontando las contradicciones del mundo, aun sabiendo que su lucha es absurda.

Dios no necesita justificaciones; nuestras ideas, sí.

Antiguamente la fe era ligera, uno sabía que no tenía respuestas. Nosotros ahora, desde la crítica, tenemos que responder.

No se puede dividir una clase en tres mitades; no se puede pedir que el mundo sea perfecto.

Si traes hijos al mundo, sabes que van a tener que pasar enfermedades, crisis...Que les traes a este mundo. Y que, no obstante, vale la pena, si vas a volcarles tu amor.

Si Dios te dice que la vida merecerá la pena porque él va a apoyarte en la lucha contra el mal, tienes que fiarte.

Para Jesús de Nazaret, amar es dar de comer al hambriento, luchar contra el mal.

Un teólogo decía, cuando le preguntaban por qué había aparecido tan tarde Jesucristo si Dios nos quería tanto, que una madre no puede darle carne al niñito de dos meses.

Este es el misterio de lo humano: La persona es un ser finito, pero con una apertura infinita.

No hay nada finito que pueda llenar nuestra capacidad de conocer o superar nuestra capacidad de amar.

Cuanto más amas, más eres.

Gracias a la reciprocidad del amor, podemos decir "yo soy Dios", reconocerlo en nosotros y en el prójimo.

El trasfondo del Infierno nos habla de que la vida humana puede arruinarse.

Dios no sabe ni puede ni quiere hacer otra cosa que no sea amar. Salvar.

Me parece una barbaridad pensar que Dios mantenga a gente sufriendo eternamente... ¿acaso puede una madre ser feliz estando su hijo condenado?

¿Rajoy o Zapatero? La Iglesia nunca debería estar cómoda con nadie. Tiene que preocuparse sobre todo de estar atenta a los que sufren, ayudar o criticar a la política siempre para reducir el sufrimiento de la Humanidad. Desde dentro.

Que todo lo que la Iglesia le diga a la sociedad sea con el fin de que alguien lo pase menos mal.

Yo me atrevo a decirlo: la Iglesia necesita democratizarse.
Cuando criticamos, tenemos que sentirnos implicados en la crítica para poder avanzar.

Una crítica constructiva es la que piensa en el bien de la Iglesia y parte del Evangelio.

La Iglesia ha recibido el pago de estar siempre acusando: la desconfianza y el resentimiento de la sociedad.

Una sociedad puramente pragmática, frívola y televisiva, no satisface las hambres profundas que están en toda persona, religiosa o no.

La muerte de Jesús no exalta el DOLOR!

¿qué sienten, qué sentimos, ante la semana santa, muchas personas creyentes de hoy?
Muchos creyentes adultos (trabajadores, profesionales de las más variadas ramas, y también intelectuales, o simples personas cultas) se sienten mal cuando, en semana santa, por la especial significación de tales días, o por acompañar a la familia -y con el recuerdo de una infancia y juventud tal vez religiosa-, entran en una iglesia, captan el ambiente, y escuchan la predicación. Se sienten de pronto sumergidos de nuevo en aquel mundo de conceptos, símbolos, referencias bíblicas... que elaboran un mensaje sobre la base de una creencia central que fuera del templo uno nunca se encuentra en ningún otro dominio de la vida: la «Redención».


Estamos en semana santa, y lo que celebramos -así perciben en el templo- es el gran misterio de todos los tiempos, lo más importante que ha ocurrido desde que el mundo es mundo: la «Redención»... El «hombre» fue creado por Dios (sólo en segundo término la mujer, según la Biblia), pero ésta, la mujer, convenció al varón para que comieran juntos una fruta prohibida por Dios. Aquello fue la debacle del plan de Dios, que se vino abajo, se interrumpió, y hubo de ser sustituido por un nuevo plan, el plan de la Redención, para redimir al ser humano que está en «desgracia de Dios» desde la comisión de aquel «pecado original», debido a la infinita ofensa que dicho «pecado» le infligió a Dios.

Ese nuevo plan, de Redención, exigió la «venida de Dios al mundo», mediante su encarnación en Jesús, para asumir así nuestra representación jurídica ante Dios y «pagar» por nosotros a Dios una reparación adecuada por semejante ofensa infinita. Y es por eso por lo que Jesús sufrió indecibles tormentos en su Pasión y Muerte, para «reparar» la ofensa, redimiendo de esa forma a la Humanidad, y consiguiéndole el perdón de Dios y rescatándola del poder del demonio bajo el que permanecía cautiva.
Ésta es la interpretación, la teología sobre la que se construyen y giran la mayor parte de las interpretaciones en curso durante la semana santa. Y éste es el ambiente ante el que muchos creyentes de hoy se sienten mal, muy mal. Sienten que se asfixian. Se ven trasladados a un mundo, que nada tiene que ver ni con el mundo real de cada día, ni con el de la ciencia, el de la información, o el del sentido más profundo de su vida. Por este malestar, otros muchos cristianos no sólo se han marchado de la semana santa tradicional, sino de la Iglesia.

¿Hay otra forma de entender la Semana Santa, que no nos obligue a transitar por el mundo manido de esa teología en la que tantos ya no creemos?
¿«No creemos», hemos dicho? Ante todo hay que decir -para alivio de muchos- que efectivamente, se puede no creer en tal teología. No se trata de ningún «dogma de fe» (aunque lo fuera, tampoco ello la haría creíble). Se trata de una maravillosa construcción interpretativa del misterio de Cristo, debida a la genialidad medieval de san Anselmo de Canterbury, que desde su visión del derecho romano, construyó, «imaginó» una forma de explicarse a sí mismo, en aquel contexto cultural, el sentido de la muerte de Jesús. Estaba condicionado por muchas creencias propias de la Edad Media, e hizo lo que pudo, y lo hizo bien: elaboró una fantástica interpretación que cautivó las mentes de sus coetáneos tanto, que perduró hasta el siglo XX. Habría que felicitar a san Anselmo, sin duda.

El Concilio Vaticano II es el primer momento eclesial que supone un cierto abandono de la hipótesis de la Redención, o una interpretación de la significación de Jesús más allá de la Redención. Por supuesto que en los documentos conciliares aparece la materialidad del concepto, numerosas veces incluso, pero la estructura del pensamiento y de la espiritualidad conciliar van ya mucho más allá. El significado de Jesús para la Iglesia posconciliar -no digamos para la Iglesia con espiritualidad de la liberación- deja de pasar por la redención, por el pecado original, por los terribles sufrimientos expiatorios de Jesús y por la genial «sustitución penal satisfactoria» ideada por Anselmo de Canterbury... Desaparecen estas referencias, y cuando sorpresivamente se oyen, suenan extrañas, incomprensibles, o incluso suscitan rechazo. Es el caso de la película de Mel Gibson, que fue rechazada por tantos espectadores creyentes, no por otra cosa que por la imagen del «Dios cruel y vengador» que daba por supuesta, imagen que, evidentemente, hoy no sólo ya no es creíble, sino que invita vehementemente al rechazo.

¿Cómo celebrar la semana santa cuando se es un cristiano que ya no comulga con esas creencias?


Uno se siente profundamente cristiano, admirador de Jesús, discípulo suyo, seguidor de su Causa, luchador por su misma Utopía... pero se siente mal en ese otro ambiente asfixiante de las representaciones de la pasión al nuevo y viejo estilo de Mel Gibson, de los viacrucis, los pasos de semana santa, las meditaciones las siete palabras, las horas santas que retoman repetitivamente las mismas categorías teológicas del san Anselmo del siglo XI... estando como estamos en un siglo XXI...

Debajo de la semana santa que celebramos no dejan de estar, allá, lejos, bien al fondo de sus raíces ancestrales, las fiestas que los indígenas originarios ya celebraban sobre la base cierta del equinoccio astronómico. Se trata de una fiesta que ha evolucionado muy creativamente al ser heredada de un pueblo a otro, de una a otra cultura, de una religión a otra. Una fiesta que fue heredada y recreada también por los nómadas israelitas como la fiesta del cordero pascual, y después transformada por los israelitas sedentarios como la fiesta de los panes ácimos, en recuerdo y como reactualización de la Pascua, piedra angular de la identidad israelita... Fiesta que los cristianos luego cristianizaron como la fiesta de la Resurrección de Cristo, y que sólo más tarde, con el devenir de los siglos, en la oscura Edad Media, quedó opacada bajo la interpretación jurídica de la redención, por obra del genial san Anselmo de Canterbury..

¿Por qué quedarse, pues, prendidos de una interpretación medieval, cautivos de una teología y una interpretación que no es nuestra, que ya no nos dice nada, y que podríamos abandonar porque ya cumplió su papel? ¿Por qué no sentirse parte de esta procesión tan humana y tan festiva de interpretaciones y hermenéuticas, de mitos y «grandes relatos» incesantemente renovados y recreados, y aportar nosotros también a esta trabajada historia nuestra propia parte, lo que nos corresponde hoy, con creatividad, responsabilidad y libertad? No podemos dejar de pensar que «Otra semana santa es posible»... ¡y urgente!

No vamos a desarrollar aquí, ahora, una nueva interpretación de estas fiestas. Bástenos por hoy cumplir una pretensión doble: aliviar a los que se sentían culpables del deseo de que «otra semana santa es posible», por una parte, y, por otra, de invitar a todos a la creatividad, libre, consciente, responsable y gozosa. No en todas partes o en cualquier contexto será posible, pero sí lo será en muchas comunidades concretas. Si no lo es en la mía, podría serlo en alguna otra comunidad más libre y creativa que tal vez no esté muy lejos de la mía... ¿por qué no preguntar, por qué no buscarla?

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No obstante, la recuperación que la teología de la liberación (TL) hizo de esta temática se queda corta hoy. La TL releyó la visión tradicional cristiana desde la perspectiva histórica y reinocentrista y desde la opción por los pobres, sí, pero dejó simplemente a un lado lo que no creyó recuperable, y no sometió a crítica los supuestos profundos de la visión clásica; simplemente los ignoró. En ese sentido, la propuesta de la TL no fue realmente nueva, sino una «propuesta nueva pero desde los mismos fundamentos»... Hoy esos fundamentos están en crisis, y ahora sólo nos puede servir una propuesta realmente nueva, es decir, desde presupuestos nuevos: sin «dos pisos», sin el histórico pecado original, sin un Dios-theos ahí fuera que se pueda ofender gravemente por un supuesto pecado humano, sin un Dios antropomórfico que pueda exigir «reparación para con su dignidad ofendida», sin unos mitos entendidos como narraciones históricas literales...
En este sentido, es el obispo John Shelby SPONG quien con más claridad y valentía está proponiendo reinterpretar el cristianismo desde una superación radical de este «mito básico cristiano», como lo llama él: cfr. el capítulo «Cambiando el mito básico cristiano» de su reciente libro «Un cristianismo nuevo para un mundo nuevo» (Editorial Abya Yala, Quito enero 2011). Véase un artículo exprofesso sobre el tema en la RELaT titulado «Jesús como rescatador y redentor: una imagen que debe desaparecer» [.

También: Problemas en torno a la idea de expiación/satisfacción, de Robert J. DALY, en «Selecciones de Teología» 47/188(2008)310-324 (disponible en el portal de la revista,).



Tomado de http://admaioremdeigloriam.wordpress.com/2010/03/28/comentarios-domingo-de-ramos/


DIOS NO QUISO SU MUERTE

No. No fue por voluntad de Dios,
ni mucho menos porque fuera necesario su sufrimiento para nuestra salvación. La pasión y muerte de Jesús, en cuanto sufrimiento y muerte, no formaban parte del designio de Dios. Fueron exigencia del pecado instalado en la esencia del poder de este mundo.

NO FUE DIOS
Se ha dicho, y quizá se siga diciendo, que la muerte de Jesús fue una exigencia de Dios como condición para conce­der a los hombres el perdón de los pecados: como nosotros, humanos, no teníamos capacidad para merecer el perdón de Dios, éste envió a su Hijo para que, sufriendo y muriendo, consiguiera para nosotros los méritos necesarios para alcanzar tal perdón.

Mirando las cosas desde el corazón del hombre no es posible pensar que un padre exija el sufrimiento y la muerte de su hijo para perdonar a otros hijos suyos, y si hay algo claro en los evangelios es que Dios es Padre. ¿Cómo se puede compaginar la imagen de un Dios justiciero implacable con el padre de la parábola del hijo pródigo (véase comentario núm. 13) que está esperando a su hijo para perdonarlo, que, cuando llega, no lo deja terminar de pedir perdón y que, además, organiza una fiesta porque lo ha recuperado vivo?
Sin embargo, en los evangelios hay frases que, si se sacan fuera de su contexto, podrían servir para justificar esta forma de pensar: «Padre, si quieres, aparta de mí este trago; sin embargo, que no se realice mi designio, sino el tuyo»; éste, que pertenece al evangelio de hoy, podría ser uno de ellos.

FUERON ELLOS
Los evangelios, y de forma especial el de Lucas, dejan muy claro quiénes fueron los verdaderos culpables de la muer­te de Jesús: fueron ellos, los poderosos, los que manipulaban la fe del pueblo para manejar a su antojo a la gente, los que habían convertido la religión en un negocio, los que estaban interesados en que los pobres tuvieran miedo de Dios para que así les temieran también a ellos: los sumos sacerdotes, los letrados, los jefes, los reyes, los que se hacen llamar bien­hechores de la humanidad… ¡en beneficio propio! Y también aquella parte del pueblo que, por miedo, por ceguera o porque se han dejado dominar por la ambición de poder, no se atreven a ser libres, no se deciden a ser hijos, no se arriesgan a ser solidarios, no se atreven a ser hermanos. Esos fueron los responsables de la muerte de Jesús. Fueron ellos los verdade­ros culpables. No fue Dios ni el pueblo judío. Fue el sistema de poder establecido que contaminaba, como aún hoy la con­tamina, la sociedad de los hombres: los jerarcas judíos (22,66s; 23,1-2.13-23), denunciados directamente por Jesús (véase Lc 20,14); Herodes, cuya autoridad Jesús se niega a reconocer (22,8-12), y Pilato, que prefiere ceder a la arbitrariedad de los grandes en lugar de hacer justicia a los derechos de un pobre (22,24-25), y una parte del pueblo, totalmente dominada por sus opresores (22,13-23). Lucas, sin embargo, tiene buen cuidado de salvar a «una gran muchedumbre del pueblo, incluidas mujeres» (22,27), que siguen a Jesús por su camino hacia la cruz.

LO QUE DIOS SI QUERIA
¿Qué es entonces los que Dios quería? ¿Cuál es ese desig­nio que Jesús dice que debe cumplirse antes que el suyo propio?

Lo que Dios pide a Jesús es que mantenga su compromiso de amor hasta el final, aunque los enemigos del amor lo hagan víctima de su odio asesino; que sea solidario con sus herma­nos, aunque los enemigos de la solidaridad lo intenten elimi­nar. Es el amor, la lealtad en el amor, lo que Dios quiere. Un amor sin límites, que será la manifestación del amor del mismo Dios.
Jesús sabe que ese amor será rechazado por los que disfru­tan o ambicionan el poder, por los que gozan de privilegios gracias a la injusticia establecida en la sociedad, y sabe que no van a ser blandos con él, porque su propuesta, convertir este mundo en un mundo de hermanos, acabaría con sus injusticias y sus privilegios. Y ante el dolor y la muerte, siente miedo «como un hombre cualquiera» (segunda lectura). Pero él está decidido hasta el final, y en el momento final seguirá dejándolo todo en las manos del que él sigue llamando Padre: «Padre, en tus manos pongo mi espíritu».

¿Y lo de que la muerte de Jesús nos obtiene el perdón de los pecados? Pues precisamente porque es la mayor muestra de amor que un hombre puede dar por sus amigos: dar la vida. Es el amor lo que salva, lo que libera, lo que obtiene el perdón, no la muerte en cuanto muerte ni el sufrimiento en cuanto sufrimiento. El amor de Dios que se manifiesta en el amor de su Hijo-hombre; el amor de aquel hombre que se mostró así como el Dios-hermano.


LA HORA CERO DE LA CUENTA ATRAS
«Cuando llegó la hora, Jesús) se recostó a la mesa y los apóstoles con él» (22,14). Jesús no se pone a la mesa con los Doce -¡si Judas ya ha resuelto entregarlo!-, sino con los «após­toles»: la denominación positiva «apóstoles/enviados» pone a la eucaristía bajo el signo de la misión; el compromiso que ésta presupone será lo que les capacitará para llevarla a término. La frase semitizante: «con gran deseo he deseado», expresa el deseo vivísimo de Jesús de completar su obra (c£ 12,50) y lo relaciona con el hambre que experimentó en el desierto (c£ 4,2: al término de los «cuarenta días», toda su vida pública). Es la última «pas­cua» que Jesús comerá con ellos antes de su pasión (22,15). Con su muerte inaugurará un nuevo éxodo, una nueva pascua, ya no patrimonio de Israel, sino de toda la humanidad: ésta no tendrá plena realidad hasta que los paganos reciban el mensaje (22,16: «hasta que tenga su cumplimiento en el reino de Dios», cf. 9,27; 13,28s; 21,31).
A continuación expresa el mismo compromiso de entrega, el suyo personal y el de los discípulos: «Tomando una copa, pronunció la acción de gracias y dijo: “Tomad, repartidla entre vosotros; porque os digo que desde ahora no beberé más del producto de la vid hasta que no llegue el reinado de Dios” »(22,17-18). Jesús acepta la «copa», anticipando el momento en que el Padre le pedirá que acepte su pasión y muerte como expresión de su entrega total por amor a la humanidad (cf 22,42). Con ella Jesús renueva el compromiso sellado en el bau­tismo (cf. 3,21-23; 12,50) y a la vez invita a los discípulos a comprometerse con una entrega semejante a la suya (cf. 9,24).

El producto de la vid contiene una alusión a la parabola de los viñadores (cf. 20,9-19). El reinado de Dios se inaugurará con la entrada de los paganos (cf. 20,16: «entregará la viña a otros»).

«PARTIR EL PAN», SIGNO DE IDENTIFICACION

DE LA COMUNIDAD CRISTIANA
«Y cogiendo un pan, pronunció la acción de gracias, lo partió y se lo dio diciendo: “Esto es mi cuerpo [...]. Pero mirad, la mano del que me entrega está a la mesa conmigo, porque el Hombre se va, según lo establecido, pero ¡ ay del hombre que lo entrega!”» (22,19a.21-22). Con toda probabilidad éste es el texto primitivo de Lucas. La mayoría de códices griegos, en cambio, conservan un texto más largo (el que se suele editar en las traducciones), emparentado con 1Cor 11,24b-25, que lo asimila a Mc y Mt. De hecho, el lenguaje de la lección larga presenta rasgos no lucanos, su origen es muy difícil de explicar y el significado de la segunda copa no podría ser distinto del de la primera (la aceptación por parte del discípulo de la entrega de Jesús y de la suya propia); finalmente, el texto breve da cuenta de la expresión «la fracción del pan» empleada exclusivamente por Lucas para la eucaristía (Hch 2,42.46; 20,7.11) o como forma de reconocer a Jesús (Lc 24,30.35; cf. 9,16).

Lucas evita cualquier atisbo de terminología sacrificial, ci­frando en la acción de «compartir» la señal distintiva de la iglesia «cristiana» (cf. Hch 11,26). Esta se manifiesta precisamente, no a base de grandes proyectos comunitarios (como se propuso la iglesia «judeocreyente» de Jerusalén, a imitación de comunidades judías análogas, como la de Qumrán), sino en el preciso instante en que se dispone a prestar un servicio a los demás (cf Hch 11,28-29). Poner los bienes en común puede ser un acto heroico, pero es puntual y, bien mirado, egoísta, ya que revierten en el mismo grupo o comunidad que se beneficia de ellos; en cambio, compartir los bienes propios, «según los recursos de cada uno» (Hch 11,29), nos obliga a salir de nosotros mismos y nos entrena para una comunión de bienes cada vez más universal.

La traición de que ha sido objeto Jesús por parte de Judas no es un sacrilegio (lenguaje religioso) ni una deserción (lenguaje secular), sino fruto de la especulación más horrenda: «y se com­prometieron a darle dinero» (22,5). Judas, lejos de compartir, ha vendido al Maestro a cambio del valor supremo de la sociedad, al que nunca había renunciado (por mucho que lo hubiese dejado todo). La invitación que Jesús hará al grupo a continuación conviene que nos la grabemos en la cabecera de la cama. «Vamos a ver, ¿quién es más grande: el que está a la mesa o el que sirve? El que está a la mesa, ¿verdad? Pues yo estoy entre vosotros como el que sirve» (22,27). No tiene vuelta de hoja. Lucas lo desacraliza todo y lo sitúa a nivel del hombre, a nivel del plan de la creación, donde no existe puro e impuro, sagrado o profano (léase tres veces [!] Hch 10,9-16; 11,5-10), sino «pan», «compar­tir» y «servir». Eso está al alcance de todo el mundo.


LA CRUZ
la cruz aparece en este relato de la Pasión como un verdadero sacramento del amor divino: la revelación de la misericordia en medio del sufrimiento. Lucas no pone la atención en los aspectos negativos y crueles de esta situación. En su narración se omiten recuerdos o referencias que aparecen en los otros evangelistas como la flagelación o la coronación de espinas que sirven para inculpar a los que llevaron a Jesús a la muerte. Lucas nos quiere hacer descubrir el amor del Padre hacia su Hijo y hacia todos los hombres, aún en esta situación de dolor. Jesús no aparece abandonado en el Calvario (no se cita a Zac 13,6 sobre la dispersión del rebaño): está acompañado de amigos y conocidos (Lc 23,49 en contraposición con Mt 27,55-56 y Mc 15,40-41). Y reemplaza el grito del Salmo 21 (22) que cita Mateo por la manifestación ilimitada de confianza del Salmo 30,6 (31,6): “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”.
A la luz de todo esto es comprensible el papel que desempeña en este relato de la Pasión la actitud del perdón, sólo explicable desde el misterio de la misericordia. En definitiva todo el mundo queda limpio y se insiste en hechos positivos, sólo explicables desde la virtud reconciliadora del sufrimiento de Jesús o desde su actitud de perdón: el caso de Pilato (Lc 23,4.13-15.20-22); el del agresor a quien Pedro cercenó una oreja y que es sanado por Jesús (Lc 22,51); el de Pedro (Lc 22,61); el de todos los judíos(Lc 23,34); el del malhechor bueno (Lc 23,39-43); el del centurión (Lc 23,47); el de la reconciliación entre Herodes y Pilato (Lc 23,6-12).

Jesús aparece claramente como el inocente, el justo perseguido. Aún en el proceso de los romanos, Pilato proclama la inocencia de Jesús. El centurión también reconoce su inocencia.

Sólo en Lucas Jesús se dirige con palabras consoladoras a las mujeres que de lejos los siguen. Realmente, Lucas ha sido llamado el evangelio de las mujeres y de la misericordia con los más pobres e ignorados, y las mujeres hacían parte de la clase marginada en Israel. Pero, para Jesús, en todo el evangelio de Lucas, las mujeres hacen parte del discipulado y merecen un trato respetuoso. Ahora, camino del Calvario, la fidelidad de las mujeres a su maestro es reconocida por el Señor.

La Pasión y la muerte de Jesús son una verdadera revelación: la manifestación de la misericordia del Padre. Sólo quien ha comprendido una actitud tan conmovedora, como la que nos trae este evangelio en la parábola del padre misericordioso, podrá entender por qué el evangelista ha mirado así el misterio del sufrimiento y de la muerte de Jesús.
Lucas concibió el relato de la Pasión como una contemplación de Jesús. Por eso este relato es una invitación al lector-oyente a aproximarse al Señor, a seguirlo, a llevar con él la cruz de cada día (9,23). En la palabra que dirige en la cruz al malhechor arrepentido, ese ‘hoy’ nos remonta a Lc 4,21 cuando en la sinagoga de Nazaret, Jesús declara que “hoy se ha cumplido” el pasaje de Is 61,1-2 que acababa de leer. El tiempo se ha cumplido y él, que ha venido para anunciar la libertad a los cautivos y la vista a los ciegos, para poner en libertad a los oprimidos y para proclamar el año de gracia del Señor” ha cumplido su misión, porque va a morir colgado de la cruz pero seguirá viviendo en medio de nosotros.

Nota para lectores críticos
Si somos cristianos, y si el cristianismo profesa la convicción de la significación salvadora de Jesús, necesitamos tener un «modelo soteriológico» («sotería» = salvación), o sea, una explicación de cómo Jesús salva a la humanidad y en qué consiste esa salvación. Es claro que esto es el corazón de la fe cristiana.

Pues bien, en la historia ha habido varios modelos soteriológicos.

El modelo que nos ha llegado a nosotros es el que elaboró fundamentalmente san Anselmo de Cartebury en el siglo XI,
sobre la tradición jurídica del derecho romano. El ser humano ofendió a Dios con el pecado original, y con ello se rompieron las relaciones de Dios y la humanidad. Dios fue ofendido en su dignidad, y el ser humano, por su parte, quedó privado de la gracia de la relación con Dios y no tenía capacidad para superar esta situación, pues aunque había ofendido a Dios, no tenía capacidad para reparar una ofensa de carácter infinito. En su obra Cur Deus homo? (¿Por qué Dios se hizo hombre?) Anselmo elabora la teoría de la «satisfacción penal sustitutoria»: Jesús muere en sustitución de la humanidad pecadora culpable, para satisfacer con ello la dignidad ofendida de Dios, y restablecer así las relaciones de Dios con la humanidad.
Por una parte, hay que hacer notar que esta explicación, que nos ha llegado a todos nosotros en una tradición tan longeva, no deja de ser «una» explicación, la del siglo XI en concreto; es decir: no es «la» explicación, sino «una» explicación, no la única. Además, no está en el Nuevo Testamento: es una elaboración teológica muy posterior, que asume las categorías y la lógica del derecho romano recepcionado en el mundo feudal europeo de la alta Edad Media: el derecho inapelable y absoluto de los señores, la servidumbre de los siervos, las obligaciones jurídicas relativas a la ofensa y a la satisfacción. Es la teología de la «redención» («re-d-emere»), re-comprar al esclavo para liberarlo de su antiguo dueño.

Esta teología, hoy ya insostenible, es, sin embargo, la que la mayor parte de los cristianos y cristianas, incluyendo a muchos agentes de pastoral tienen todavía hoy día en su conciencia, en su comprensión del cristianismo, o en su subconsciente incluso. Y es para muchos de ellos «la» explicación mayor del misterio cristiano, el misterio de la «redención».
Hay que recordar que los modelos soteriológicos, como todo el resto de la teología, no dejan de ser un lenguaje metafórico, y que la metáfora nunca debe ser tomada literal ni metafísicamente, sobre todo en el segundo término al que traslada el sentido (“metá-fora” = cambio, traslado de sentido). Las teologías y los modelos soteriológicos se apoyan sobre las lógicas y los símbolos de las culturas en las que son creados. Por eso, cuando la evolución cultural cambia de lógica y de símbolos, esos modelos soteriológicos o, en general, esas teologías, aparecen crecientemente desfasadas, se hacen incluso ininteligibles, y finalmente quedan obsoletas. La visión de Dios como «Señor» feudal irritado por una ofensa de la primera pareja humana… para cuyo aplacamiento habría sido necesaria la reparación de la ofensa por medio de la muerte cruel y cruenta de su Hijo, es una imagen de Dios hoy sencillamente insostenible, e inaceptable. La sola idea de que un mítico pecado de Adán y Eva hubiera torcido los planes de Dios, y hubiera sumido en las tinieblas del pecado y del alejamiento de Dios a toda la humanidad desde la primera pareja, durante miles y miles de años -hoy sabemos que serían millones de años-, hasta la aparición de Jesús, es absolutamente inaceptable para la mentalidad actual. La misma fórmula jurídica de la «satisfacción sustitutoria» resulta hoy día inviable desde los mínimos éticos de nuestra época. Un Dios así resulta increíble, provoca ateísmo, con razón.

Si este modelo nos parece hoy día sobrepasado, no debemos dejar de considerar que ha habido otros modelos todavía más inadecuados. En el primer milenio la teología dominante, en efecto, no fue la de la «satisfacción sustitutoria», sino la del «rescate»: por el pecado de Adán la humanidad había quedado «prisionera del demonio», literalmente bajo su poder (sic). Según san Ireneo de Lyon (+ 202) y Orígenes (+ 254) el Diablo tendría un derecho sobre la humanidad, debido al pecado de Adán. Jurídicamente, la humanidad estaba bajo su dominio, le pertenecía, y Dios «quiso actuar con justicia incluso frente al diablo» (Ireneo, Adversus Haereses, V, 1,1), al anular tal derecho sólo mediante el pago de un rescate adecuado. Para ello, entregó a su Hijo a la muerte, a fin de liberar a la humanidad del dominio «legítimo» del diablo. San Agustín lo dice aún más explícitamente: Dios decretó «vencer al Diablo no mediante el poder, sino mediante la justicia» (De Trinitate XIII, 17 y 18).

Este modelo del «rescate pagado al Diablo» para rescatar a la humanidad, aún resuena en las personas que tuvieron una formación cristiana. Pero hoy nos resulta no sólo inaceptable, sino inimaginable, y hasta grotesco: no podemos aceptar un Diablo, concebido como un contra-poder cuasi-divino, que está apostado frente a Dios y que retiene la la humanidad bajo su poder, durante milenios, hasta que es resarcido «justamente» por Dios, nada menos que con la muerte de su Hijo, un Diablo que sólo así será «derrotado por la victoria de Cristo».

¿Qué queremos decir con todo esto? Muchas cosas:

-que las teologías son metafóricas, no narraciones históricas ni descripciones metafísicas;

-que las teologías son muchas, variadas, no sólo una… y que cuando adoptamos una de ellas no debemos nunca perder de vista que se trata sólo de «una» teología, no de «la» teología;

-que las teologías son contingentes, no necesarias;

-que son elaboraciones humanas, no revelaciones divinas bajadas en directo del cielo, y que están construidas con elementos culturales de la sociedad en la que han sido concebidas;

-que son también transitorias, no eternas, y que con el tiempo y los correspondientes cambios culturales pierden plausibilidad y hasta inteligibilidad y pueden acabar resultando inaceptables y hasta desechadas;

-que los agentes de pastoral que atienden al Pueblo de Dios han de estar muy atentos a no prolongar la vida de una teología sobrepasada que ya no habla de un modo adecuado a las personas de hoy;

-que pueden y deben tratar de encontrar nuevas imágenes, nuevos símbolos, nuevas respuestas interpretativas de parte de nuestra generación actual a las preguntas de siempre.

La Semana Santa no es el único momento en el que debemos referirnos a la significación de la salvación operada por Cristo, pues ésta es una referencia central de la fe cristiana; pero sí es una ocasión privilegiada para plantearnos la conveniencia de la revisión de nuestros esquemas teológicos al respecto.
- Aunque los señalaremos concretamente en los próximos días, recordamos que los temas de la Pasión de Jesús están recogidos ampliamente en la serie «Un tal Jesús», de los hermanos LÓPEZ VIGIL, principalmente en los episodios 106 a 126. Los audios y los guiones de estos episodios pueden recogerse libremente de http://www.untaljesus.net

- La serie «Otro Dios es posible», de los mismos autores, tiene un capítulo, el 85, titulado «¿Los judíos mataron a Cristo?», que puede ser útil para suscitar un diálogo-debate sobre el tema. Su guión y su audio puede recogerse en http://www.emisoraslatinas.net/entrevista.php?id=180085

- Como bibliografía para recuperar lo mejor de la visión clásica de la teología respecto a la pasión y muerte de Jesús, recomendamos el excelente libro de BOFF Pasión de Cristo, Pasión del mundo (Sal Terrae en España, Indoamerican Press en Colombia, Vozes en Brasil…). Del mismo autor, el artículo 217 en la RELaT (http://servicioskoinonia.org/relat): Cómo anunciar hoy la Cruz de nuestro señor Jesucristo.


Para el estudio de la sucesión de interpretaciones de las fiestas a lo largo de la historia de Israel, se puede recurrir al ya citado Fiesta en honor de Yavé, de Thierry MAERTENS (disponible en la biblioteca de Koinonía: servicioskoinonia.org/biblioteca). También: Problemas en torno a la idea de expiación/satisfacción, de Robert J. DALY, en «Selecciones de Teología» 47/188(2008)310-324 (disponible en el portal de la revista, www.seleccionesdeteologia.net). También, véase: John Shelby SPONG, Jesús como Rescatador y Redentor: una imagen que debe desaparecer, en RELaT (servicioskoinonia.org/relat/380.htm). Sobre mesianismo, véase: Jon SOBRINO, Mesías y mesianismos, (servicioskoinonia.org/relat/069.htm).