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jueves, 14 de julio de 2011

¿Voluntad de Dios?

INTRO.



En mis constantes trabajos pastorales y apostólicos he encontrado con frecuencia, personas que llegan a mí con supuestos problemas con la voluntad de Dios. Pero me he dado cuenta que la visión sobre la voluntad de Dios que tienen está fundada en una antropología bastante medieval por decirlo de alguna manera, donde la fe y la predestinación juegan un papel  importante en la toma de decisiones. Por ejemplo, una señora me decía: “mi hijo murió atropellado, y yo quiero resignarme porque esa es la voluntad de Dios, y yo tengo que querer lo que Dios quiera”. Así pues parece ésta aseveración más de índole doctrinal eclesiástica, pero no es así. Entran en juego una antropología que habla de que un hombre que está sometido a los designios concretos del creador.  Hay un amigo que está tratando de develar su vocación. Y cree que Dios tiene planes específicos para él y se pone ansioso porque quiere respuestas claras de parte de Dios. Entonces me surgen varias preguntas. ¿cual la voluntad de Dios? ¿el hombre está determinado por planes específicos y concretos?



Aunque estos temas competen a la fe, es cierto y nadie lo puede negar, que la fe se puede dividir en dos cosas, la revelación directa y aceptación de esa revelación y los signos concretos que nos ayudan a creer , a dar el paso de la fe. En este sentido, creo que voltear a ver la realidad, nos ayuda a intuir lo que Dios ha querido de nosotros. Me refiero a lo que el hombre es no por decisión propia, sino porque aparece así. En este sentido, podemos inferir como mera propuesta , que puede ser aceptada o no, que lo que el hombre es y no decidió ser, fue lo que Dios decidió que fuera.  Esto es: su personeidad. Ya que la personalidad con

corresponde a la historia de cada quién. Creo que podemos preguntarnos, lo que Dios quiere de nosotros si descubrimos lo que ha hecho de nosotros en esa personeidad.



Antes de dar respuesta al problema antes mencionado quisiera exponer mi manera de ver al hombre, para poder responder, dentro de la misma doctrina de la Iglesia, la posibilidad de hablar de una libertad en el hombre, y su responsabilidad ante los sucesos que le plantea la realidad misma, sin contradecirse con lo que evangélicamente y eclesiásticamente hablando se puede considerar la voluntad de Dios, y en mi propuesta, puede surgir de mi manera de ver al hombre, basándome en Zubiri con el término de personeidad.



UNA MIRADA A LA ANTROPOLOGÍA ZUBIRIANA





Para Zubiri, al igual que para toda realidad, la realidad humana tiene un sistema de notas según las cuales el hombre posee una forma y un modo de realidad peculiares. Aquí hay dos distinciones, una, la determinación de las notas que constituyen al hombre, y la otra el esclarecimiento de su forma y modo de realidad. 



Globalmente hablando, el hombre puede dividirse en tres grupos de notas:



La primera división es la que nos hace decir que está vivo: es la vida. Todo ser vivo en que la independencia hay independencia del medio y un cierto control sobre él, en sus acciones tanto activas como pasivas el viviente actúa no sólo por las notas sino en orden al sistema que constituyen. Este momento radical de la vida es un vivir por y para ser sí mismo.



La segunda división es la que el viviente es capaz de sentir lo inmediato, y no nomás la inmediato, el color, o el holor, sino lo otro. Es decir la alteridad, es un sentir en dos momentos, la alteridad y lo sentido. En los animales este sentir es un estimulo-respuesta, las respuestas están signadas, en el ser humano no. Aquí viene la tercera división de sus notas.



La tercera división, es la inteligencia. Al aprehender las cosas como reales, es decir sentir inteligentemente lo real esas notas que según son de suyo. El hombre al igual que el animal siente en impresión el calor, el olor, etc. pero hay una diferencia esencial con el animal, por lo que es igual es en la línea de impresiones, pero el asunto diferencial está en la alteridad, el hombre no siente lo otro como un estimulo respuesta, sino real, que consiste en ser algo de suyo. En el animal es formalidad de estimulidad, en el hombre es formalidad de realidad.[1]



Así el hombre es un sistema de notas que le constituyen como tal, y le diferencian de los demás seres vivos.



Pero este sistema de notas que constituyen al hombre no se agota en sí mismo, sino que precisamente por éstas notas tiene una estructura más radical, hacen del ser humano un modo de implantación en la realidad y una forma de realidad.  Es un modo de ser persona, pero antes de ser persona, o tener personalidad, tiene personeidad, su personeidad tiene que ver con la suidad. Suidad de sus notas que es raíz y carácter formal de la personeidad en cuanto tal, por tanto no es persona por sus actos, ni por sus decisiones, sino que es persona por su suidad, por el hecho de ser sistema de notas específico que en su suidad constituye esa personeidad.  Otra cosa será la personalidad, que es el derivado del constructo de las decisiones o respuestas que decide dar el hombre ante lo real y en el campo determinado de posibles respuestas.   



Entonces podemos decir que el hombre es una realidad formalmente suya, es una realidad cuyo carácter formal es suidad. Es una realidad relativamente absoluta frente a todo y todos los demás. Pero como esta posesión de vida se va realizando, entonces la vida del hombre es ir tomando posesión de su propia realidad en cuanto tal. La persona se va haciendo al ir ejecutando acciones, recíprocamente las acciones se ejecutan porque la vida se plasma en ellas.  

Y es que al hacerse a sí mismo una personalidad, el hombre se ve forzado por la realidad a responder. Porque ya está despegado del estimulo, no tiene sus respuestas signadas, sino que responde, es aquí donde podemos hablar de libertad. [2]



Para poder hablar de cumplir la voluntad de Dios en el sentido oficial de la doctrina católica, es necesario antes explicarnos desde la ésta antropología el hecho de la volición compleja. Pues por mucho que pensemos en medios y fines el hombre se encuentra unitariamente enfrentado con varias posibilidades, entre las que tiene que elegir. No estamos hablando de programarnos a elegir hacia un fin, sino que estamos hablando en términos formales de una apropiación. Es decir, toda libertad es un acto de apropiación. La apropiación de ciertas posibilidades envuelve ciertas características psico-biológicas que no le impondrán una apropiación pero no le dejan suelto ante infinitos tipos de posibles apropiaciones. Estas posibilidades, están llenas de propiedades, si no, no serían posibilidades. Zubiri introduce al término de moral, no en el sentido de sistema de valores, sino en el sentido de que lo que constituye lo moral, es que éstas propiedades sean mías por apropiación. Por ejemplo un carpintero que nace con todas las capacidades físico psíquicas para ser carpintero, no tendría nada que ver con lo moral, si no se las apropia a sí mismo en el hecho, sólo serían una serie de capacidades y habilidades presentes pero sin ser apropiadas a sí mismo. De ahí que la moral no consiste en una recta conducta, sino en una apropiación de las propiedades de mis posibilidades. [3] 

Así el hombre tiene diferentes posibilidades, cada vez que toma una, clausura posibilidades, pero tambíen abre nuevas.  Pero en este sentido, cada que abrimos posibilidades, al igual que cada objeto que tiene respectividad con los demás sistemas, el hombre infiere en los demás con sus decisiones. La realidad es respectiva. En ese sentido, todos somos responsables de todos. Al final, se mira en pro  de la especie humana. Se rompe aquí con el individualismo, sin perder la individualidad.

Repercusiones personales y pastorales.



Ahora bien, a mí me late bastante ésta visión antropológica porque deja en nuestras manos nuestra vida, nos hace responsable de nuestros actos y nos quita juicios de valor moral.   El problema antes planteado en mis apostolados, se refiere a las personas que creen que Dios quiere nuestro mal. Y que no están confromes con la doctrina de la Iglesia que dice que hemos de querer la voluntad de Dios.  Debido a que dentro de la Iglesia y a lo largo del camino histórico que se ha hecho de interpretaciones de la voluntad de Dios, desde las diferentes espiritualidades, ( espiritualidades que interpretan la revelación de diferentes maneras, y son aprobadas por la Iglesia, siempre y cuando no contradigan algo fundamental) me gustaría poner algunos fundamentos doctrinales para una posible espiritualidad que nos ayude a situarnos desde la antropología antes mencionada.  Como comencé diciendo, el pensar al hombre como sustantividad de notas clausuradas, que por ellas mismas, se despega del estimulo, se hace a sí mismo y es capaz de inferir en los otros, podemos decir que es eso lo que Dios ha querido de nosotros, pues eso somos, sin haberlo decidido nosotros, es decir estamos condenados a ser eso, o en sentido positivo fuimos llamados a ser eso que somos. Pero eso que somos es sólo una parte de nosotros, la personeidad no se  agota en para sí misma, sino que abierta a las decisiones de respuesta, y las respuestas de los otros es capaz de irse haciendo. Hacerse es vivir. En este sentido, creo que Dios quiere de nosotros que vivamos, que nos hagamos.





Ahora bien, oficialmente en la Iglesia católica se ha interpretado la voluntad de Dios de diferentes maneras, pero ateniéndome a las fuentes más fidedignas de la doctrina oficial, como son las Sagradas Escrituras y el Magisterio de la Iglesia, podemos decir que la voluntad de Dios es el amor. Cuando se le pregunta a Jesús por el mandamiento más importante, dice que es amar a Dios y al prójimo como a ti mismo. Pero esto no nos deja claro en qué sentido se habla de amor. Sin embargo, releyendo los evangelios, y según las actitudes de Jesús, podemos descubrir que amor, para Jesús significa dar vida, devolver dignidades, e incluso dar la vida por los otros, en donde otros, en plural, juega un papel importantísimo, me permito leerlo con palabras de nuestro tiempo, dar la vida por la especie humana.  Si dar vida en el sentido antropológico más arriba expresado, puede consistir no nomás en procrear, sino en permitir que los otros tengan vida, y por tanto, que el otro se haga a sí mismo en la vida, podemos decir que dar vida o amar a una persona es permitir que pueda apropiarse las posibilidades que tiene, y elegir de tal manera que se le cierre el menor número de posibilidades y propiedades que pueda seguirse apropiando, es decir, seguir viviendo.



 Entendido así el amor, como un dar vida y dignificar y permitir más posibilidades de apropiación a los otros (especie) entonces es fácil releer a San Agustín cuando dice “ama y has lo que quieras”.   Esta manera de concebir la voluntad de Dios en la vida, como un amar a Dios y al prójimo, como también a mí mismo, me permite un campo super abierto de posibilidades en las que yo puedo elegir. Deja de lado un sin número de falsas interpretaciones sobre la lectura del a voluntad de Dios. Es decir, Dios deja al hombre libre de apropiarse sus posibilidades a favor de él mismo y de su especie, aclarando mayor importancia el: otros, que el: sí mismo. Pues “nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos”  Así a mi amigo que está afligido porque no sabe si seguir la vida religiosa o casarse, quisiera responder, que Dios no tiene manuales de vida. Que lo que quiere es que él decida, de manera que pueda seguir aprendiendo a amar, a hacerse a sí mismo. Y tratar de inferir en los otros para darles vida, y no muerte o limitación de posibilidades.  Sé que esta manera de ver la voluntad de Dios pues asustarnos, porque pone nuestra vida en nuestras propias manos. Pero es que esa es la realidad. Nosotros hemos construido religiones, ciencias, ideas de hombre. Nos hemos hecho. Y nos seguiremos haciendo. Y si hay una voluntad de Dios, creo yo que es el amor, entendido como propiciar vida, y no sólo a unos, sino a la especie. Por eso el mensaje de Jesús va a favor de la dignidad de los otros, del respeto, de la tolerancia, de la inclusión. Y Jesús mismo lo dijo, “os dejo el espíritu, para que los lleve a la verdad plena”[4], y después: “ésta es la vida eterna, Padre, que te conozcan a ti y que me has enviado para que el mundo tenga vida, y la tengan en abundancia”[5].















Bibliografía:

-          Zubiri, Xabier.  Sobre el hombre. Alianza Editorial. Madrid: 1986.

-          Zubiri, Xabier. El hombre y Dios, Alianza Editorial. Madrid: 1984.

-          Biblia de Jerusalén. Editorial Esp. Guadalajara. 2010.





[1] Cfr. Xavier, Zubiri, El hombre y Dios, Alianza Editorial. Madrid: 1984. p. 35-46
[2] Cfr. Xavier Zubiri, op. Cit. p. 50-56
[3] Cfr. Xavier Zubiri, Sobre el hombre. Alianza Editorial. Madrid: 1986. p. 361-372
[4] Mt, 13, 24.
[5] Jn. 16, 34.

¿Es posible hablar de resurrección sin que exista el alma, y no se contradiga con la Doctrina de la Iglesia Católica?

Objeciones:



1.- La Iglesia Católica proclamó como dogma la inmortalidad del alma, y por tanto no se puede prescindir de ella sin que se niegue ese dogma.

2.- Es precisamente el alma la que permite pensar en la vida eterna, ya que el cuerpo pertenece a este mundo, y el alma a las realidades trascendentes y divinas.

3.- La resurrección de los muertos se debe precisamente a que el alma no muere si se está en gracia, por el contrario, si se está en pecado, por eso es mortal, el alma muere pues se priva de Dios, y no puede resucitar, pues ha muerto.



Respuesta:



Es indiscutible que exista el Dogma de la inmortalidad del alma, pero hay algo que éste dogma está tratando de defender. Surge en un momento histórico donde se niega la posibilidad de la resurrección, donde se decía que sólo algunos elegidos tuvieron la dicha de haber resucitado en vida de Jesús. Por lo mismo, el dogma surge para defender el hecho de que Dios puede y de hecho lo hace, sigue resucitando a las personas a una vida eterna. Ahora bien, el hecho de que para designar una parte en la persona que sea eterna le hayan llamado alma, no significa que ésta no pueda tener diferentes connotaciones. Así por ejemplo, para Aristóteles, el alma es la forma del hombre. Para  otros santos, como para San Juan de la Cruz, que es doctor de la Iglesia, el hombre se divide en tres partes, al cuerpo, el alma, que es todo movimiento que hoy llamamos psicológico, y el espíritu, que es la parte eterna de la persona, es donde Dios se comunica y le da vida y le informa la luz y la gracia para creer, esperar y amar. Para algunos teólogos actuales, el alma solamente designa la parte que no muere de la persona. Hasta aquí vamos bien. A la hora de que surge ésta pregunta, que ha surgido me parece a partir de  la antropología Zubiriana, en donde dice que el hombre es una sustantividad clausurada de notas que le constituyen, y que éstas notas, cualesquiera que sean no pueden seguir existiendo separadas y al mismo tiempo y modo seguir siendo el mismo sistema, y por lo tanto la misma sustantividad, De ahí se desprende que a algunos les parece imposible que desde ésta manera de ver al hombre se pueda hablar de una parte de él que conecte con la vida eterna y otra que no lo haga. 

Antes ya decíamos que el alma ha tenido diferentes connotaciones, y para poder seguir halando de ella he de decir algo que la resume en esencia sin negar la doctrina de la Iglesia Catolica, el alma es la parte del hombre que no muere y en la que actúa la gracia de Dios.  Ahora bien, para poder decir que el hombre sea capaz de morir, y resucitar después, no se necesita dividir al ser humano, aunque así lo haya hecho la tradición de la Iglesia para explicar desde una concepción platónica la posibilidad de la resurrección.  Y digo que no se necesita dividir porque es bien cierto que en el credo de los apóstoles, que sigue siendo oficial, al igual que el niceno-constantinopolitano, no se dice la resurrección de los muertos, sino de la carne, aunque aquí se podría valer la resurrección del hombre final, no se valida la permanencia de algo del hombre antes de la segunda venida de cristo, sino la creencia en la resurrección final. Así pues desde la doctrina de la Iglesia podemos hablar de resurrección, aún prescindiendo de que haya alma, aunque sería la segunda resurrección y creo que se refieren a la resurrección inmediata después de la muerte, y otros dicen que si una vez que hemos muerto, al final de los tiempos, es resucitada nuestra carne, entonces ya no seremos nosotros, sino otros diferentes. Pues los elementos están girando en continuo movimiento. Y que se necesita algo que conecte entre nuestra vida presente y la vida resucitada para que no dejemos de ser nosotros mismos, pues como ya dije antes, seríamos otra sustantividad, y para que fuéramos nosotros mismos necesitaríamos que algo en nosotros no se haya desintegrado. Por tanto es necesario que algo quede de nosotros para seguir sendo nosotros. Es aquí donde me permito interpretar la parte del ser humano que no muere y en la que Dios deposita su gracia (alma), no como alma, sino como identidad. Esta dicha identidad, para sernos identidad propia, necesita basarse en la memoria propia. Pero para ser identidad de otro, basta con que esté en la memoria del otro. Por tanto si Dios pudiera tenernos en su memoria, a pesar de que nuestra sustantividad muriera, nuestra identidad seguiría intacta en la memoria de Dios, y puede ser implantada de nuevo como sustantividad física, pues lo que Dios ya ha hecho acaso me van a decir que ¿no lo puede hacer de nuevo?   Por tanto lo que permanece y conecta esta vida con la futura, después de nuestra desintegración y segunda resurrección de la carne sería nuestra identidad grabada en Dios.

 ¿Pero cómo es que podemos quedar impresos en Dios, o mejor dicho, cierta dimensión de nosotros en la memoria de Dios? Bien, si Dios es amor, y lo que pide de nosotros es amor, es porque siendo amor Dios, al nosotros apropiarnos el amor en nuestras vidas, estamos apropiándonos a Dios y al mismo tiempo podemos decir que estamos siendo apropiados por el amor, estamos dejando nuestra huella en la memoria de Dios que es amor. Y la única manera de vivir privados de la vida eterna, es entonces vivir fuera del amor, porque de esa manera no participamos de Dios, y no podemos ser recordados por Dios, por eso Jesús lo dice en su parábola, en que explica que quien no hace obras de caridad, no podrá ser reconocido por él, en cambio cuando hacen obras de caridad a “cualquiera de estos pequeños en verdad me lo hicieron a mí”, y quedan así inscritos en el libro de la vida. Es aquí, en esta dimensión y capacidad de amar que tenemos, donde Dios puede obrar en nosotros, por eso si no nos abrimos a ser amados, no podemos recibir su acción, que es amar. Es entonces nuestra identidad amorosa la que recibe la acción de Dios y la que permanece, no en nosotros, aún muertos, sino permanece en la memoria amorosa de Dios. En este sentido, podemos hablar de una sustantividad clausurada de notas, donde no hay una parte intrínseca al hombre que permanece viva (alma), sino una parte identitaria del hombre que permanece anclada a la eternidad de Dios.



Soluciones:

1.- El dogma de la inmortalidad del alma puede ser engañoso leído desde nuestro contexto histórico. Pues en el marco histórico teorético en que se proclamó, todos creían que el ser humano estaba compuesto de dos partes, el alma y el cuerpo. Y desde esta perspectiva explica que el alma no muere, para defender la posibilidad de la resurrección inmediata, así pues, aunque parezca que el dogma defiende la existencia del alma, no es así, está expresada desde ese contexto pero lo que está defendiendo, es que hay una parte del hombre que no muere, y ya dijimos que es precisamente el amor del hombre que participa del amor eterno el que no muere. Y así no se contradice el decir actualmente que podemos prescindir del alma, para hablar de la resurrección mientras no se niegue la posibilidad de una parte del hombre que conecta con la vida eterna divina.



2.- Cuando se habla de que es el alma la que nos hace pensar en la vida eterna, no es cierto. Ya que esta idea viene de las ideas filosóficas griegas, con que la Iglesia se mezcló a partir de los primeros siglos de la Iglesia. Y en los primeros años, las comunidades cristianas, recitaban el credo de los apóstoles que decía “resurrección de la carne”, además San Pablo dice que seremos creaturas nuevas. Por tanto la idea de que el alma es la que permanece surge de la influencia de otras cosmovisiones en el pensamiento Cristiano.



3.- Cuando se habla de gracia, se utilizaba el símbolo del alma para designar el depósito de la gracia en la persona, y que ésta se pierde o se recibe cuando no hay o hay pecados mortales de por medio, pero cómo podemos aquí decir que el alma muere y al confesar los pecados ¿de nuevo está viva? Por eso el Concilio Vaticano segundo utilizó la palabra amistad, para designar mejor que se refiere a la relación de aceptación del amor de Dios, ya sea en la práctica del amor, o en la aceptación del perdón, de esa manera podemos seguir participando de la vida divina y con ella la posibilidad de la resurrección. Bien, así nos podemos dar cuenta que es cuestión de símbolos y palabras el hecho de que haya un alma que muere o que no muere, o que se vive en gracia o sin ella, y podemos cambiar las palabras, incluso la existencia del alma, mientras no se niegue la acción gratuita de Dios en nuestras vidas, ahora entendida como amistad o como el amor recibido por la persona.




viernes, 8 de julio de 2011

Bienaventuranzas para Otro Mundo Posible

 

Felices quienes no se sienten identificados con el mundo en el que viven y se esfuerzan por transformarlo.
Felices quienes en su corazón y en su cotidianeidad no secundan las razones egoístas del capitalismo, pues sus prácticas llevan a la miseria, la exclusión y la muerte a las mayorías empobrecidas.
Felices quienes se alejan de los poderosos del mundo y se sienten cercanos a los más débiles y marginados, a todos los que se unen a sus causas justas.
Felices quienes reflexionan, oran, discuten las causas de la injusticia imperante en el mundo actual, y se esfuerzan por crear alternativas.
Felices quienes mantienen un corazón joven y abandonan el envejecido discurso del neoliberalismo.
Felices quienes luchan pacíficamente, pero con determinación, por crear un mundo mejor y posible.
Felices quienes no aceptan fronteras y se mueven de un país a otro, enriqueciéndose con las distintas costumbres y culturas de los pueblos.
Felices quienes no desean sólo cambios políticos y económicos, sino que trabajan por otras formas de relación, de humanidad, de fraternidad, desde un profundo espíritu de amistad y concordia.
(Estas bienaventuranzas forman parte del libro “Bienaventuranzas de la vida”, que saldrá publicado en Septiembre por la Editorial PPC)