VIVENCIA LUDICA
Cuando examinamos hasta el fondo, en la medida de lo posible, el contenido de nuestras acciones, puede ocurrírsenos la idea que todo el hacer del hombre no es más que un jugar. Pero no es una función meramente biológica como la de los cachorros que aprenden a pelear jugando, sino que se emplean en estas actividades lúdicas del hombre los recursos centífico-culturales que enriquecen y dan un recubrimiento de sentido clausurado pero dinámico al juego.
La existencia del juego corrobora constantemente, la irrupción del espíritu, que no es otra cosa que la dimensión cultural de verse el hombre a sí mismo como más allá de la materialidad, es una manera en que se le presenta su mismo yo como realidad. Esta carga de símbolo, su ser simbólico y significado cancela la determinabilidad absoluta sobre lo que hace y hace posible la existencia del juego, lo hace pensable y comprensible ya que en su “dimensión radical el hombre en su habitud de alteridad, exterioriza su ser en una expresión, es un animal expresivo”[1]
Las grandes ocupaciones primordiales de la convivencia humana están ya impregnadas de juego, por ejemplo el lenguaje, donde tras cada expresión de algo abstracto hay una metáfora y tras ella un juego de palabras, ya que “ el lenguaje es significación y no eso solamente sino que como significación esta fundado en el signo, y el signo en la expresión y la expresión es la puesta en marcha de la alteridad” [2] Otro ejemplo es el culto, donde tienen origen las grandes fuerzas impulsivas de la vida cultural: derecho y orden, tráfico, ganancia, artesanía y arte, poesía, erudición y ciencia, todo esto hunde sus raíces en la actividad lúdica.
Y el juego tiene la dimensión de potenciar nuestra manera de ser humanos porque aquello radical que nos hace humanos como filum específico es precisamente la soltura de las respuestas, no tenemos respuestas dadas, sino que el hombre se hace con las cosas en la media en que decide en una gama de posibilidades.
Si esto marca una connotación especifica de nuestro filum, el juego lo refuerza. Todo juego, es actividad libre.
El juego por mandato no es juego, sería una replica. Se pierde la clausura de su propio sentido. El juego es para el hombre una actividad que puede abandonar en cualquier momento, pero también surge del placer que con él se experimenta. Se juega en tiempo de ocio, libre y decididamente, y mientras se juega, se toman decisiones dentro de un sistema de reglas que permiten la clausura de sentido del juego entero, pero esto se hace libremente. Renovando las posibilidades dentro del marco de lo jugable, de las reglas que dan sentido al mismo juego. [3]
Dentro del juego se crea un orden y sentido absoluto, que libremente se asume, ya que sin ese orden se perdería el sentido del mismo juego.
Lo lúdico crea un orden en fidelidad al sentido que recubre dicha actividad. El juego oprime y libera, arrebata, electriza, hechiza. También hay tensión, donde significa la resolución de que con un determinado esfuerzo algo tiene que salir bien, y bien depende de las reglas de sentido del mismo juego.
Es así como el espacio lúdico simboliza y reafirma dos cosas principalmente que nos humanizan.
Primero: el ejercicio libre de la libertad, sin ningún fin específico, por puro placer, por pura atracción, en fin por puro amor, he ahí lo libre de una actividad lúdica: amor.
Segundo: este acto libre de amor por el juego en sí, sin otro fin, se recubre a sí mismo de sentido, y se recubre y clausura con reglas, pero que no restringen la voluntad sino que se acatan para seguir construyendo el mismo sentido del juego, para que siga habiendo amor al juego mismo, siga brotando y se siga obteniendo, hasta que se quiera y no se diluya.
Hasta aquí el hecho de que el hombre se humaniza con el espacio lúdico principalmente con dos cosas: el ejercicio de la libertad y el recubrimiento de sentido que le capacita para seguir las reglas que él mismo se impone por ese mismo sentido.
Ahora quisiera proponer como espacio lúdico el hecho místico.
MISTICA
Hay muchas definiciones sobre mística, pero el sentido más universal que se le da, y también el sentido nominal del término tiene que ver con el misterio. Y el misterio en última instancia con el que se topa el hombre es consigo mismo. Es decir, ser auténticamente hombre, aquella intensa autorrealización que hace que el hombre legue constantemente hasta lo auténtico de su ser a través de la experiencia trascendental de su propia búsqueda de la verdad, del amor y de la autenticidad. El ser es el centro más intimo, en el cual el hombre está relacionado con Aquello que es más internamente a nosotros que nosotros mismos. Es encontrar nuestra verdad más profunda. Una verdad que abarca el hecho intelectivo y el hecho volitivo. Ya que la verdad “incluye no sólo la presencia de lo real (vía intelectiva) sino la realización de las posibilidades mías (vía volitiva)”[4]
La voluntad de verdad real es la unidad radical de un único proceso intelectivo-volitivo que implica la apropiación de la verdad que la realidad nos ofrece y nos lleva a una entrega real. La realidad de mi persona está configurada en la verdad real de la realidad fundamento. Es voluntad de fundamentalidad.
“entregarme a la realidad-fundamento en cuanto tal es entregarme a la fundamentalidad propia, hacer mía su findamentalidad. Es hacer que la fundamentalidad pase a la estructura formalmente y expresamente querida de mi propia vida, es hacer que yo viva fundamentalmente” [5]
Esta búsqueda de fundamentalidad de la que habla Zubiri, es a lo que los místicos llaman la vivencia y el anhelo de encontrarse a sí mismo en el misterio. Es una actitud que busca recubrimiento de sentido, pero no sólo en cuanto a un espacio lúdico, sino que cuanto a su espacio vital, en cuanto a su propia existencia. Es un nivel más allá del acá del juego. Es un nivel más radical de humanización.
Es la definición de humildad que nos aporta Teresa de Ávila, mística católica, “humildad es andar en verdad, es un verdadero conocimiento de sí mismo”.
Cuando la experiencia de búsqueda de sentido nos abre al ámbito de aquello más íntimo a nosotros que nos fundamenta, el hombre utiliza metáforas o nombres para aquello que es autentico pero innombrable, a mí me gusta llamarle Dios.
El encuentro con Dios como fundamento de la vida, en lo más intimo del ser yo mismo, es el primer paso para recubrir el sentido de toda mi existencia, y más aún de la existencia de todo cuanto existe, de lo que se me presenta como real, en las cosas reales, es fundamento intra mundano de la realidad.
La constitución formal de lo real por Dios no es algo dado fromalemente en impresión de realidad, sino que es un contenido esbozado por postuladción en la creación racional, y luego probado realmente en experiencia e incorporado más ttarde a lo real dado en impresión. Esto es, en experiencia de Dios. Experiencia mística, en las cosas, en las personas, y es que siendo nuestra verdad una fundamentalidad en las cosas lo es, siendo Dios no trascendental a las personas y cosas, sino trascendental en las cosas, en las personas.
Esta experiencia mística, es el recubrimiento de sentido más excelso a que llega el hombre, es un sentido que bien puede prescindir de él y romperlo, pero se priva a sí mismo, por libertad, del gozo de vivir en esa clausura de sentido, o no se priva y entonces se encuentra dentro de un sentido que recubre todas sus acciones y las llena de gozo, como en el espacio lúdico, por el sólo hecho de gozar del juego, es decir, del sentido, en este caso, del misterio, de sí mismo, de lo Trascendente en él.
Entonces sus ocupaciones y todas obras, son liberadas, ya no es un cumplimiento impuesto, nada que tenga que ver con que la vida es una carga, la carga de tener que vivir o sobrevivir, sino que al entrar en este recubrimiento de sentido total, en este misterio, el hombre vive por el mero gozo de vivir el misterio, de cumplir las reglas del juego libremente para no salir del sentido en que desea permanecer, las acciones son liberadas del egoísmo psico orgánico que busca sobrevivir y se realizan en un olvido de sí que le permite de un modo espontáneo, y como en el juego, vivir el misterio, la mística, acciones que se recubren de sentido y se entienden desde sí mismas dentro del espacio lúdico, que en este caso, es la vida.
Una cosa más que ayuda comprender cómo es que un místico puede recubrir el sentido de su existencia, es que cuando se vive una experiencia de tal índole, es decir, de fundamentación en su autenticidad más profunda, esta experiencia siempre está conectada con la vida. De hecho es una experiencia meramente vital, libre connotaciones racionales o categorías rígidas que puedan fragmentar dicha experiencia.
Es entonces cuando se descubre la vida, el ser es vida. Como dice Bergson, el ser es vida, y cuando interiorizamos en nuestra conciencia y sus estados, en esta búsqueda interna del misterioso se suceden los estado como las perlas de un collar, o como nuestra razón categorizante pretende analizarlas, sino que son estado que se compenetran, es una continuidad pasado, presente y futuro que genera una unidad vital. Es un continuo fluir, es pura duración. Se descubre en el interior este impulso vital que atraviesa el cosmos, desde su proceso evolutivo de superación. Dios es ese impulso vital con que se despliega la realidad total, viva, ese devenir que captamos en nuestra conciencia como un continuo superarse. Es una fuerza en sí que desde el dentro de sí mismo del devenir impulsa todo ser.
Quien se adentra a la vivencia mística no puede probar la existencia de tal vitalidad en su interior a través de la razón o de conceptos, ya que estos parten y detienen el devenir vital en segmentos que no permiten comprender su total continuidad. Quienes llegan a sintonizar perfectamente con aquel impulso vtial o pura duración, son de una viveza persuasiva, la experiencia no es de desequilibrados sino de personas de un realismo a toda prueba, humildes porque se conocen en su totalidad y no en fragmentos conceptuales, sino en continua convivencia con su interior y con el impulso vial que los mueve a ellos y a todo el cosmos. La objetividad de dicha cuestión no puede probarse porque se fragmentaría pero un símbolo bastante convincente de este tipo de experiencias es comparando los testimonios de místicos cristianos y no cristianos. Un acuerdo universal que no se explica sino por la intuición del mismo impulso divino, lo cual prueba la existencia objetiva y no subjetiva de la experiencia mística.
La vivencia mística es dinámica y brota de un encuentro de Dios en el amor, es lo más sublime en la cadena evolutiva de la religión. Es la experiencia que une el recubrimiento de sentido, con el uso de libertad por el mero hecho de disfrutar de dicho sentido, es un acto libre que libera de toda otra determinación. [6]
La verdadera experiencia mística, es decir, cuando se ha encontrado la autenticidad interior, libera a la persona y va codo a codo con las obras libres y liberadoras del amor. Viviendo la vida entera, como en un espacio lúdico, libremente por amor y recubierta de sentido en el mismo amor, donde el fin último no es otro que el mismo amor. Amor como experiencia vital interior y desbordante. Y bajo este impulso amoroso, toma sentido cada acto, y cada decisión se ve salpicada de sentido hacia el mismo fin, un fin de amor que no busca otro fin sino él mismo. [7]
Siguiendo con Bergson, el místico tiene la experiencia directa de Dios, que no es objeto de demostración sino experiencia de amor. El amor es sin duda la esencia de la energía creadora. El amor divino no es algo de Dios: es Dios mismo. El amor que es una emoción creadora y que se expresa en obras o en acciones originales e imprevisibles es la evolución misma del ser humano hacia el amor. Nunca pasará insensible ante el amor de la familia, de la patria de la humanidad, de lo creado. Encuentra una unidad total recubierta de sentido.
He aquí el verdadero sabio que ha encontrado la verdad fundante. Es un hombre que no cree en su genio, porque el verdadero genio es Dios mismo, es la verdad fundante. Los grandes místicos no piensan sino en esfumarse delante de él, en servirle de instrumento, en dar paso al amor creador que por mediación de ellos debe derramarse sobre todos los hombres. Pero no se cosifica aquí al hombre convirtiéndolo en mero medio, puesto que él mismo es el portador del misterio del amor, es el portador de su misma emoción creadora, de Dios, el amor místico de la humanidad, el impulso de la vida. [8]
Si los grandes místicos son tales como hemos descrito, resultan ser la especie humana que venció para siempre la materia, pero no para pasar sobre ella, sino para acogerla en su actitud intuitiva y amorosa de superarse como cosmos, ninguna especie podrá ya hacer nada mejor en este sentido. He ahí la humanización del ser humano. El hecho de ser humano por el mero hecho de serlo, porque lleva en sí el misterio de la vida, del amor, de la unidad vital que totaliza todo el cosmos y le da integridad.
La vivencia mística potencia su capacidad de usar libertad y vivir en un recubrimiento de sentido que lo hace más humano y reafirma a sus con generes como humanos.
BIBLIOGRAFIA.
- Zubiri, Xavier. Sobre el hombre. Alianza. Madrid: 1986
- Zubiri. El hombre y Dios. Alianza: Madrid. 1989
- Huizinga, Johan. Homo ludens. Alianza. Madrid: 1954
- Jesús Saes Cruz. La accesibilidad de Dios en Zubiri. Universidad pontificia de Salamanca: Salamanca. 1995
- Jaime Vélez Correa. Al encuentro de Dios. Celam: Colombia. 1989
- Jurgen Moltman. Sobre la libertad, la alegría y el juego. Sígueme: Salamanca. 1971
- Goeroges Levesque. Bergson. Herder:Barcelona. 1973
[1] Zubiri, Xavier. Sobre el hombre. Alianza. Madrid: 1986 p. 282.
[2] Ibidem. P. 297-
[3] Cfr. Huizinga, Johan. Homo ludens. Alianza. Madrid: 1954. p. 20.
[4] Jesús Saes Cruz. La accesibilidad de Dios en Zubiri. Universidad pontificia de Salamanca: Salamanca. 1995. p.203.
[5] Zubiri. El hombre y Dios. Alianza: Madrid. 1989.
[6] Jaime Vélez Correa. Al encuentro de Dios. Celam: Colombia. 1989. p 45
[7] Cfr. Jurgen Moltman. Sobre la libertad, la alegría y el juego. Sígueme: Salamanca. 1971. pp. 34-78.
[8] Cfr. Goeroges Levesque. Bergson. Herder:Barcelona. 1973. pp. 45-67.
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